El ejidatario nada tiene; lo necesita todo pero la banca le niega su auxilio: no es buen sujeto de crédito. De esta forma cae en manos del agiotista local y del acaparador de cosechas y su destino es la muerte.
Puede decirse, sin exageración que los mexicanos se dedican al peor de los negocios: la agricultura. Las cifras son muy elocuentes a este respecto. En 1963, la población trabajadora del país era de 12 632 000 personas, de las cuales se dedicaban a la agricultura 6 690 000, o sea algo más de la mitad. El esfuerzo conjunto de estos trabajadores en ese año produjo alimentos, materias primas, etc., por valor de 35 263 millones de pesos, lo que significa una producci6n promedio de 5 271 pesos por trabajador. En cambio, en las actividades industriales 1 812 000 personas elaboraron artículos por valor de 46 800 millones de pesos, lo que significa que cada uno produjo bienes por valor de 25 830 pesos. Esto quiere decir que cada trabajador logra producir en la industria alrededor de cinco veces lo que produce el trabajador agrícola. Ahora, como a la agricultura se dedica más de la mitad de la población trabajadora, tenemos aquí una de las principales causas generales de la pobreza campesina y del bajo nivel general de ingresos del país. Reviste el mayor interés, por lo tanto, tratar de precisar los factores que influyen en los bajos rendimientos agrícolas y que frenan su desarrollo.
Dentro del complejo de factores que influyen en la baja productividad de la tierra en nuestro país, se destacan desde luego los relativos a: tenencia de la tierra y su ca1idad; la organización de la producción; el crédito y finalmente, la comercialización de las cosechas.
A grandes rasgos nos ocuparemos de los problemas más importantes que surgen de cada uno de estos factores, lo que nos permitirá conocer las causas de los bajos rendimientos agrícolas y de la pobreza general del campesino.
La Tierra. En el centro del problema del campo se encuentra como factor básico el de la tierra, que es la fuente de la producción agrícola. El problema reside principalmente en la escasez de tierras agrícolas, en el régimen de propiedad, en la extensión de los predios y en la calidad de las tierras. El panorama que presenta en este aspecto la agricultura es claramente desfavorable y tendrá que ser objeto de cambios importantes para que se torne favorable y propicie el desarrollo de esta actividad.
Las cifras disponibles del último Censo Agrícola y Ejidal (de 1960) indican que de un total de 169 millones de hectáreas censadas, corresponden a tierras de labor solamente 23.8 millones de hectáreas, o sea el 14% del total. A pesar de la gran extensión de nuestro territorio, disponemos solamente del 14% para las labores agrícolas.
Las posibilidades de nuevas tierras susceptibles de abrirse al cultivo se estiman en un máximo de 10 millones de hectáreas adicionales, lo que llevaría la cifra a 33 millones, que significan el 20% del total.
Esto quiere decir que cuatro quintas partes del territorio nacional no son aptas para la explotación agrícola. Tenemos, por lo tanto, una gran escasez de tierras laborables.
La situaci6n parece mejor en lo que se refiere a pastos y a bosques. La superficie de pastos es de 79 millones de hectáreas o sea el 46% del total y la de bosques de 44 millones, es decir el 26% del total. Sin embargo, los terrenos cubiertos con pastos en su mayor proporción están formados por cerros (46 millones de hectáreas) y de los bosques más de la mitad no son bosques maderables (25 millones de hectáreas).
A la relativa escasez de tierras laborables se agrega otro factor fundamental que es el de la falta de agua. Una inmensa proporción de las tierras de cultivo son de temporal, que dependen del buen cielo. Según el Censo más del 80% de las tierras agrícolas son de temporal y solamente el 19% lo son de riego, jugo o humedad. Esto quiere decir que todavía nuestra agricultura en medida considerable está expuesta a las contingencias del tiempo. Sembrar es jugar un albur, el campesino siembra esperanzas. Los grandes esfuerzos realizados por los gobiernos para construir obras de riego están cambiando el panorama, pero todavía no han logrado convertir a la agricultura en una actividad relativamente segura.
El régimen de propiedad constituye otro de los problemas fundamentales que están afectando a nuestra agricultura. En este sentido existen dos polos bien definidos: la gran propiedad agrícola capitalista y el minifundio ejidal y de la pequeña propiedad. La primera se localiza principalmente en las tierras de mejor calidad y buena parte de las de riego y corresponde a grandes empresarios agrícolas y ganaderos y el minifundio comprende a gran cantidad de pequeños propietarios y a la inmensa mayoría de los ejidatarios, que poseen tierras generalmente de temporal y de baja calidad.
Dentro del primer grupo se encuentran en la cúspide unos mil propietarios millonarios, cuyas fincas tienen un valor superior a los 14 millones de pesos cada una. En el segundo grupo encontramos a 900 000 pequeños propietarios, con predios hasta de 5 hectáreas, con valor de 2 000 pesos cada uno y a más de un millón de ejidatarios con parcelas hasta de 4 hectáreas como máximo.
La magnitud de la propiedad agrícola y el tipo de esta propiedad determina que en la agricultura nacional existan esos dos polos: el de la gran propiedad capitalista y el de la pequeña propiedad privada y el ejido. Estos dos polos dan contenido esencial al problema del campo, porque no solamente se encuentran en situaciones diferentes, sino que son esencialmente antagónicos. La primera se está desarrollando en buena medida a costa de la segunda, desplazándola o absorbiéndola de derecho o de hecho. La segunda lucha desventajosamente por su supervivencia.
Organización de la producción. Las grandes explotaciones agrícolas capitalistas se desenvuelven con base en una gran extensión de buenas tierras, generalmente de riego, con maquinaria y equipo abundantes y también con amplios créditos, oportunos y a tasas de interés relativamente bajas. Sus propietarios disponen de recursos y de conexiones suficientes para realizar la venta de sus cosechas en condiciones favorables. De esta suerte, estas explotaciones en general son de alta productividad y producen buenas utilidades. Sus propietarios son muy buenos sujetos de crédito, ya que forman ese millar de millonarios a que nos hemos referido.
La pequeña propiedad agrícola y la ejidal en términos generales se encuentran en condiciones desfavorables y con frecuencia verdaderamente precarias, en lo que hace a maquinaria y equipo, fertilizantes, insecticidas, etc., y sufren una paralizante falta de créditos oportunos y a tasas de interés razonables. Son explotaciones que por pequeñas y por trabajarse en forma individual, y por la pobreza original de sus propietarios o usufructuarios logran rendimientos muy bajos y a altos costos. Los bajos rendimientos y los costos elevados empobrecen más al campesino, perpetuándose el círculo vicioso de la pobreza que genera pobreza. Son evidentemente malos sujetos de crédito, aplicando las normas bancarias privadas. Por esa razón están casi totalmente abandonados por las instituciones bancarias privadas, y aunque reciben crédito de las instituciones nacionales, este auxilio es notoriamente insuficiente para permitirles convertir a sus explotaciones en unidades de producción de grandes rendimientos, que fuera base de ingresos decorosos que pudieran utilizar en mejorar las condiciones de su producción y elevar su nivel de vida.
El Crédito. El problema del crédito a la Agricultura no existe para la gran explotación agrícola capitalista porque los grandes propietarios son buenos sujetos de crédito. Disponen de grandes recursos propios, poseen grandes extensiones de tierra de buena calidad y sus explotaciones son de buenos rendimientos, pueden vender sus cosechas en las mejores condiciones dables en los mercados. Estos grandes empresarios agrícolas tienen el crédito que quieren y en buenas condiciones. Ellos mismos, en ocasiones, son accionistas de algún banco local y manejan otros negocios importantes. El crédito oficial no les hace falta.
Muy otra es la situación del ejidatario y del pequeño propietario. Generalmente es una persona sin capital propio, que vive en la pobreza, trabaja en una parcela pequeña, generalmente en tierras de temporal y a base de esfuerzo propio, de él y de su familia, con instrumental anticuado (es frecuente todavía el arado de madera, de la época de los egipcios). En muchas ocasiones trabaja su tierra como medio de sobrevivir apenas. Todo lo necesita, hasta la semilla y sus propios alimentos. En estas condiciones necesita ayuda vitalmente. Pero, la banca privada le da la espalda porque es mal sujeto de crédito, no tiene con que responder, solamente su trabajo y su tierrita, y en el caso del ejidatario ni siquiera, esto último.
De esta manera cae en manos del agiotista ideal, del comerciante acaparador de cosechas. A cambio de refacción cara, tiene que comprometer anticipadamente su cosecha, a los bajísimos precios que le exijan. Se aprieta así la soga que habrá de tenerlo sujeto y eventualmente estrangularlo. Con insuficientes recursos propios, con escaso crédito de usura y con la venta anticipada de su cosecha, el pequeño agricultor y el ejidatario se mantienen permanentemente en la pobreza, no pueden mejorar sus explotaciones para que produzcan más y mejorar así sus condiciones de vida. Se convierten en malos sujetos de crédito en forma permanente.
Venta de cosechas. Esta situación que priva en la venta de cosechas de los agricultores pequeños y ejidales (así como en crédito) es reveladora de las deficiencias, deformaciones y fracasos de la Revolución Mexicana en materia agraria. Se eliminó al hacendado, pero en su lugar surgió el comerciante y usurero que controla el producto final del trabajo del campesino. El hacendado siquiera corría algunos riesgos invirtiendo capitales, pero los explotadores de hoy sin riesgo alguno se apropian de las cosechas.
De esta suerte, se descapitaliza el agro y el ejidatario y el pequeño agricultor viven en condiciones semejantes a las del peón de la antigua hacienda y con ello se estanca la agricultura nacional y se frena el progreso del país. Es por ello que se requiere la intervención del gobierno para resolver este problema, con un amplio sentido social no de beneficencia sino eminentemente constructivo, para capacitar a los ejidatarios y pequeños propietarios para que trabajen mejor y conviertan sus parcelas en unidades altamente productivas. Dentro de este panorama debe encuadrarse la intervención oficial, lo que intentaremos hacer en próxima ocasión.♦