México: su crédito y su deuda, de Juárez a nuestros días

Cómo ha usado el país el crédito del exterior y cuál ha sido el fruto de su prestigio.

Una de las primeras preocupaciones del presidente Juárez al triunfar sobre la intervención francesa y el Imperio fue la de restaurar la quebrantada economía nacional y sanear las finanzas del gobierno y el crédito público.

Las reclamaciones por deudas exteriores ascendían a más de 450 millones de pesos (en esa época el peso valía más que el dólar), lo que equivalía a 25 veces los ingresos totales del Gobierno Federal, sin contar el pago de intereses. En estas condiciones, era urgente proceder a ajustar la Deuda Pública Exterior e Interior ya que de aceptarse esa enorme carga, cuyo origen en muchos casos era muy dudoso, el país se encontraría en situación sumamente difícil para restaurar su economía y marchar hacia el progreso.

La parte más importante de la deuda exterior estaba representada por las fuertes deudas en que incurrió el Imperio, para sostener el numeroso ejército extranjero que lo apoyaba y para realizar los elevados gastos de una Corte y Gobierno dispendiosos. La Deuda Imperial se elevó a 282 millones de pesos, que equivalía a los ingresos del Gobierno por un periodo de quince años. Con sobrada razón, el Gobierno de Juárez desconoció esta enorme deuda, ya que había sido contraída por un gobernante extranjero, Maximiliano, y se había utilizado en la aventura intervencionista. La víctima, México, no tenía porqué pagar una deuda contratada por extranjeros en un intento de sojuzgarlo. Que los banqueros europeos que se habían sumado a la aventura de Napoleón III pagaran el precio de su locura. Ante la decisión del Gobierno de México, el emperador francés se vio obligado a reconocer una parte importante de la deuda contraída por el Gobierno de Maximiliano. México había defendido su dignidad y había dado una lección a los aventureros imperialistas y banqueros sin escrúpulos.

Después de este y de otros ajustes no menos justificados, la Deuda Pública Exterior de México en 1867 se fijó en la cifra de 84.5 millones de pesos, cantidad que aunque importante en su cuantía no significaba un lastre que pudiera comprometer el desarrollo del país.

Porfirio Díaz abre la esclusa

En general el Gobierno del general Díaz se caracterizó por una política de “puerta abierta” para el capital extranjero, tanto del tipo de inversiones directas, como las de cartera o de préstamo. Durante el largo régimen porfirista la deuda exterior de México se incrementó fuertemente, así como las inversiones extranjeras en la minería, ferrocarriles, tierras, servicios públicos, etc.

En vísperas de la Revolución la deuda exterior de México excedía los 500 millones de dólares, es decir, se había más que quintuplicado desde la época de Juárez. Para esta época y a pesar de la tendencia europeizante del Gobierno de Díaz, los Estados Unidos eran ya el principal acreedor, pues en 1908 la deuda con ese país ascendía a 256 millones de dólares; una parte importante de esta deuda se había originado en la consolidación de los ferrocarriles que llevó a cabo el Gobierno porfirista.

Durante la contrarrevolución encabezada por el usurpador Victoriano Huerta, este jefe militar recurrió a los créditos exteriores (y también internos) para sostener sus ejércitos y tratar de impedir el triunfo de la Revolución. El ejemplo de Maximiliano había dejado huella. Estos créditos vinieron a incrementar la enorme deuda contraída por el Gobierno de Díaz y sería una de las más negativas herencias que recibió la Revolución de parte del antiguo régimen.

La época posrevolucionaria

Durante las dos décadas siguientes a la terminación del conflicto armado nuestro país no recibió créditos del exterior. En los años veinte México tuvo que hacerle frente, como pudo, al servicio de la pesada deuda heredada del porfirismo. Con frecuencia se presentaron molestas exigencias de los acreedores exteriores representados por grandes banqueros de los Estados Unidos, pero en una u otra forma, se sortearon las dificultades y se pudo cumplir con los compromisos exteriores.

Pero cuando se dejaron de sentir en México los efectos de la Gran Crisis que se inició en 1929 en los Estados Unidos, el país se vio obligado a suspender el servicio de la deuda exterior, cosa que por lo demás hicieron también casi la totalidad de los países deudores del mundo. Los años treinta, sobre todo los primeros, se caracterizaron por la eliminación casi total de los créditos internacionales por efecto principalmente de la crisis mundial. No obstante esta circunstancia, durante esta década la deuda exterior del país se vio incrementada como resultado de la política de nacionalizaciones del Gobierno del general Cárdenas.

La Segunda Guerra Mundial vino a cambiar el panorama de los créditos internacionales y de la deuda exterior de México. Superada la crisis económica y como resultado de las exigencias de la propia guerra, se hizo posible y necesario que se reanudara el pago de amortizaciones e intereses de la deuda exterior, y también se crearon las condiciones para que se reanudara la corriente de créditos internacionales.

Un requisito indispensable para que esto sucediera era que se procediera a un ajuste equitativo de la deuda exterior para precisar su monto y la forma de pago tanto de las amortizaciones como de los intereses que habían dejado de cubrirse por largos años. Estos ajustes significarían la reanudación de los pagos a los acreedores y ayudarían a restituir el crédito de nuestro país y su prestigio como un cliente solvente y serio en sus compromisos.

En el año de 1942, siendo presidente el general Manuel Ávila Camacho se llegó a un arreglo con los acreedores exteriores, firmándose en noviembre de ese año un Convenio entre nuestro país y el Comité Internacional de Banqueros. Este Convenio se considera como justo y como una victoria para México, ya que se logró ajustar la deuda exterior consolidada (excepto la ferrocarrilera) a un monto de 230 millones de pesos mexicanos, reduciéndola de los 230 millones de dólares que reclamaban los acreedores exteriores (el tipo de cambio era entonces de $4.85 por un dólar). También se estableció en el Convenio una forma de pago razonable en cuanto a sus plazos.

Un año antes de este Convenio, se logró llegar también a un arreglo respecto a las reclamaciones de ciudadanos norteamericanos por daños, pérdidas, destrucción de propiedades, etc., que afirmaban haber sufrido en la lucha armada revolucionaria. El arreglo consistió en la aceptación por parte de México de pagar la suma de 40 millones de dólares en abonos de 2.5 millones de dólares anuales a partir de 1942. Este Convenio no se considera justo porque fue aceptado por México mediante presión del Gobierno Norteamericano, no obstante que muchas de las reclamaciones no tenían base sólida y generalmente estaban muy infladas.

Otro Convenio importante que se concertó con acreedores exteriores fue el relativo a la deuda petrolera. En 1947 se llegó a un acuerdo con diez compañías británicas cuyos bienes habían sido expropiados por el Gobierno de Cárdenas, fijándose en 130.3 millones de dólares la suma total de indemnización por los bienes nacionalizados. De esta cantidad correspondía a capital 81.2 millones de dólares y el resto a intereses. Se fijó un plazo de quince años contados a partir de 1948, en anualidades iguales. Esta deuda ha sido cubierta totalmente por México.

Finalmente, se llegó a un arreglo de la deuda ferrocarrilera. En 1946 y en 1949, se firmó un Convenio mediante el cual México reconoció una deuda de 48.1 millones de dólares, por concepto de capital y de 2.5 millones de dólares por concepto de intereses a favor de los poseedores de bonos y acciones de los ferrocarriles que fueron controlados por el Gobierno del general Díaz, y nacionalizados por el Gobierno de Cárdenas.

Todos estos compromisos contraídos por el Gobierno de México han sido cumplidos religiosamente, lo que ha dado a nuestro país un gran prestigio internacional y ha sido una de las razones principales para que disfrute actualmente de grandes facilidades para obtener créditos en los principales mercados del mundo.

Coincidiendo con la firma de los Convenios de 1941 y de 1942, se reanudó la corriente de créditos exteriores hacia México, procedentes principalmente de los Estados Unidos. De escasa monta en sus inicios, han ido creciendo a través del tiempo, para alcanzar en la actualidad cifras muy elevadas. ¿A cuánto ascienden? ¿En qué se están utilizando? ¿De dónde provienen? ¿En qué condiciones se obtienen? Estas serán las cuestiones que abordaremos en la próxima ocasión.♦

Ceceña, José Luis [1967], "México: su crédito y su deuda, de Juárez a nuestros días", México, Revista Siempre!, 734: 24-25, 19 de julio.