El desempleo constituye un reto a la capacidad de México: estamos ante u problema que cada año se agudiza y frenarlo es tarea que exige prioridad.
El desarrollo económico que ha alcanzado el país en las últimas tres décadas, importante como ha sido, no ha resuelto algunos problemas básicos y por su parte ha generado o acentuado algunos otros que están ejerciendo su influencia negativa en el propio proceso de desarrollo, comprometiendo al progreso que el país debería alcanzar en el futuro. En ocasiones anteriores a nos hemos ocupado de algunos de los problemas que están dificultando el futuro desarrollo nacional, tales como el de la concentración de la riqueza en pequeños grupos privados, el de la tremenda desigualdad en el reparto de los frutos del desarrollo, el de la dependencia económica respecto de los Estados Unidos, y algunos otros. En esta ocasión abordaremos, en sus aspectos esenciales, el problema de la población, del desempleo y el de la productividad, señalando las consecuencias que están teniendo actualmente y las que podrán tener en el futuro desarrollo del país.
De cada tres mexicanos, solo uno trabaja
De acuerdo con las cifras oficiales más recientes, en 1965 la población total del país ascendía a 41,755,000 habitantes. De ese total, solamente 13,676,000 personas estaban dedicadas a trabajos remunerados (población económicamente activa) lo que significaba aproximadamente un tercio de la población del país. Es decir, de cada tres mexicanos solamente uno trabajaba.
La población económicamente inactiva en la misma fecha era de algo más de 28 millones de personas, o sea dos tercios del total.
Si comparamos estas cifras con las correspondientes a países más desarrollados, encontramos que México se encuentra en visible desventaja. Así, la población económicamente activa en los Estados Unidos es del 40%; en Suecia de 44%, y en Finlandia de 45%.
La incapacidad del desarrollo de nuestro país para incorporar al proceso de trabajo remunerado a una proporción creciente de la población se pone de manifiesto no solamente por la diferencia que los separa de los países más desarrollados, sino por el hecho de que en todo el período desde 1910 apenas se ha logrado incrementar esa proporción en 1%. Es decir, actualmente la situación, es este respecto, es casi la misma que la que prevalecía en la época de Porfirio Díaz.
Las razones de la alta proporción de población económicamente inactiva que necesariamente depende del trabajo de la población activa, son principalmente tres: la falta de empleos suficientes, para ir absorbiendo una mayor proporción de trabajadores; la elevada proporción de población menor de 15 años de edad y finalmente, la lenta incorporación de la mujer al proceso de trabajo remunerado.
Este último factor es muy notorio, ya que en 1965 solamente 2,703,000 mujeres trabajaban en forma remunerada, frente a 11 millones de hombres. A su vez este hecho revela la situación de dependencia en que todavía vive la mujer en nuestro país.
Trabajan pocos y con bajo rendimiento
A la baja proporción de personas económicamente activas se agrega otro elemento que tiene una gran influencia en nuestro desarrollo, el del tipo de actividad a que está dedicada la población trabajadora. En este sentido tenemos la siguiente situación: en el mismo año de 1965, de los 13,676,000 trabajadores se dedicaban a las actividades agropecuarias unos 7 millones, es decir, el 52% del total; a las actividades secundarias (manufacturas, minería, construcción y electricidad) se dedicaban 2.8 millones, o sea el 20% del total, y a las actividades terciarias (servicios de todo tipo) se dedicaban 3.7 millones de trabajadores, lo que representa el 28% del total de la población económicamente activa.
Esta estructura ocupacional corresponde a la de un país de poco desarrollo, porque todavía más de la mitad de la población económicamente activa se dedica a las actividades primarias, de bajo rendimiento. Así, a pesar de que el 52% de la población trabajadora esté dedicada a las actividades agropecuarias, sólo contribuyen con el 17.7% del producto nacional. En las actividades agropecuarias el producto por trabajador es de 2,468 pesos anuales, frente a 19,205 de las actividades secundarias y 12,685 pesos en las actividades terciarias.
En los países desarrollados la población trabajadora que se dedica a las actividades primarias es bastante más baja que en México. Así en los Estados Unidos solamente el 12% se dedica a actividades primarias; en Suiza y Francia el 20%; en Canadá el 19%; en Japón el 33%; en Suecia el 19%, y en Gran Bretaña, solamente el 5%.
Es un hecho reconocido que a medida que se desarrolla un país la proporción de la población dedicada a las actividades agropecuarias disminuye, porque el desarrollo significa una transferencia creciente de la población trabajadora a las actividades industriales y de ciertos servicios, que son de mayor productividad. En el caso de México debemos señalar que con el desarrollo se ha registrado también ese mismo fenómeno, aunque en forma insuficiente. En 1900 la proporción de la población trabajadora que se dedicaba a actividades primarias era del 60.5%, habiéndose reducido en 1940 al 53.3% y en 1965 al 52%. No obstante, estas mejorías en la estructura ocupacional, todavía queda un camino largo que recorrer para estar a la altura de los países desarrollados.
En cuanto a las actividades secundarias, que son básicas en el proceso de desarrollo, la situación de México, aunque ha mejorado en grado importante, todavía la situación no podemos decir que es satisfactoria. En conjunto las actividades secundarias absorben el 20% de la población económicamente activa, en 1965. La industria de transformación, elemento esencial en el desarrollo, absorbía el 15%. Debido a la mayor productividad de la industria, ese 15% aportaba el 35.5% del producto nacional.
La mejoría registrada en este sentido, aunque importante, ha sido lenta y dista mucho de ser satisfactoria. En 1900, por ejemplo, la ocupación en la industria era del 10.7% de la población económicamente activa, lo que quiere decir que en más de seis décadas se ha tenido un aumento de menos del 5%, lo que significa menos del 1% por década. Comparando la situación de México con la de los países desarrollados vemos que lo logrado es insuficiente, lo que revela que el proceso de la industrialización ha sido relativamente lento. Así en Gran Bretaña la proporción de la población económicamente activa dedicada a la industria es del 57%; en Francia del 47%; en Suiza, del 49%; en Canadá del 44%, y en los Estados Unidos, del 45%.
La ocupación en los servicios ha aumentado desproporcionadamente en las últimas décadas. En 1965 se dedicaban a los distintos servicios 3.7 millones de personas, lo que representaba el 28% del total de la población económicamente activa. El aumento es bastante grande ya que alcanza una cifra casi del doble a la correspondiente a la ocupación en la industria de transformación, que como hemos dicho es la actividad básica en el proceso de desarrollo. En este sentido consideramos que se trata de un fenómeno poco sano en el desarrollo del país, ya que en buena medida es revelador de la incapacidad del desarrollo de las actividades industriales para absorber una mayor proporción de trabajadores, así como indicativo de las condiciones poco favorables que existen en las zonas rurales para fijar en el campo una mayor proporción de población trabajadora. Esto, no obstante que el producto derivado de las actividades terciarias es alto, de 12,685 pesos por persona según lo indicamos antes. En este sector se refugia una cantidad muy elevada de personas que se desplazan a los centros urbanos en busca de trabajo, dedicándose muchas de ellas a actividades marginales de muy escaso rendimiento. Si el producto aportado por cada persona en las actividades terciarias es alto en promedio, se debe a que en ellas quedan incluidos los profesionistas, banqueros, etc., que obtienen grandes ingresos.
La ciudad, devoradora del campo
Otro fenómeno que se ha presentado con el desarrollo del país y que está planteando grandes problemas es el del fuerte crecimiento de las ciudades, especialmente de la Ciudad de México. Aunque normalmente el desarrollo trae consigo un desplazamiento de la población del campo hacia los centros urbanos, en el caso de México ese desplazamiento ha adquirido ciertas características poco sanas.
De acuerdo con las cifras disponibles, en 1965 la población urbana representaba el 50.7% de la población total, correspondiéndole a la población rural el 49.3% del total. En 1900 la proporción era del 29% para la población urbana y del 71% para la población rural. Se ha operado, por lo tanto, una bien definida transformación a favor de la población urbana.
Desgraciadamente el proceso de “urbanización” no ha sido resultado de un desarrollo pujante, sino en buena medida se ha derivado de las fallas del propio desarrollo, que ha sido desequilibrado y un tanto (o un mucho) anárquico. Los campesinos se desplazan hacia los centros urbanos en parte por el desarrollo industrial, que atrae trabajadores, pero en una proporción elevada también, como resultado de la falta de empleos en las zonas rurales. Muchos de ellos acuden a las ciudades en busca de un sustento atraídos por el hechizo de la “gran ciudad”. Muchos de ellos encuentran una ocupación mejore remunerada que en sus lugares de origen, pero muchos más sólo vienen a engrosar las filas de los desocupados y los semi-indigentes, que viven de milagro.
De paso, la emigración a las ciudades viene a crear enormes problemas a las ciudades, de ocupación, de transporte, de vivienda, de salubridad, de educación, etc. Y también se agrava la disparidad entre el campo y la ciudad, ya que el Gobierno se ve obligado a atender, aunque sea de manera deficiente, las necesidades de la población creciente de los centros urbanos, especialmente de la Ciudad de México. Desde este punto de vista, por lo tanto, el vigoroso crecimiento de nuestras ciudades no representa un sano índice de progreso, sino más bien lo contrario.
71 millones de mexicanos para 1980
Las estimaciones serias que se han hecho sobre el futuro crecimiento de la población de nuestro país indican que para 1980 habrá alrededor de 71 millones de habitantes. Esto quiere decir que para esa fecha la población urbana aumentará a 45.6 millones de personas, o sea más de la población total del país en 1965. La población rural crecerá a 26.4 millones de personas, o sea 7 millones más que los actuales. ¿Podemos imaginarnos los grandes problemas que se derivarán de esos aumentos tan importantes? Para las ciudades se plantearán enormes problemas de vivienda, transporte, alimentación, educación, sanitarios, etc. y para el campo, problemas de producción, empleo, y de condiciones de vida, igualmente enormes.
Estas cifras nos revelan la magnitud del esfuerzo que los mexicanos tenemos que hacer para mejorar (y aun para mantener) los niveles de vida de la población. Y la urgencia de que corrijamos errores, aceleremos el paso y mejoremos el rumbo. Es vital, por lo tanto, que nos esforcemos por lograr un desarrollo más sano, democrático, independiente y más vigoroso, so pena de estancarnos o retroceder. Podemos hacerlo y… lo haremos.♦