La Iglesia Católica de la América Latina, en su corriente más alerta a los cambios que se están operando en el mundo, se propone abordar a fondo el problema económico-social del continente, en la próxima Conferencia Episcopal Latinoamericana que se llevará a efecto en agosto próximo, en la ciudad de Bogotá. La cuestión revestirá mayor importancia por la participación en ella de Paulo VI, primer Papa que visita Iberoamérica.
El documento que servirá de base a la discusión de tan importante problema, y que fuera redactado por los obispos brasileños, presenta con bastante realismo el panorama desolador de las condiciones económicas y sociales de los pueblos de América Latina.
En sus aspectos descriptivos sobre la pobreza, analfabetismo, insalubridad, falta de suficientes oportunidades de trabajo, de dominio oligárquico, etc., que priva en la América Latina, el documento (por lo que se conoce de él), coincide básicamente con los innumerables señalamientos que en forma reiterada han estado haciendo las corrientes progresistas del continente. La realidad es tan ostensible, que para apreciarla en toda su justeza solamente se requiere un mínimo de decencia y honestidad de juicio, y no ser víctimas de las campañas de desorientación de los grupos privilegiados.
Evidentemente la América Latina se encuentra en un callejón sin salida, a no ser que se operen cambios fundamentales en las estructuras económicas, sociales y políticas. En el aspecto económico general, la situación es de visible estancamiento (y en algunos casos de franco retroceso); la inflación causa verdaderos estragos en las economías de las masas populares; las devaluaciones se suceden en una procesión interminable con sus efectos desquiciadores; la concentración de los ingresos se agudiza; el comercio exterior se encuentra en una franca crisis permanente; la tierra es usufructuada por pequeñas minorías privilegiadas; la banca, la industria y los servicios están dominados por grupos oligárquicos, la desocupación alcanza proporciones alarmantes y los monopolios extranjeros, en alianza con las oligarquías criollas, imponen una camisa de fuerza a la economía latinoamericana en su conjunto.
Como consecuencia y causa a la vez de esta crisis económica general, la mayoría de los países latinoamericanos padecen dictaduras que niegan toda participación democrática a los pueblos y los someten a incontables padecimientos, en un intento de las oligarquías y de los monopolios internacionales de preservar sus privilegios. Bolivia, Argentina, Brasil, Haití y la mayoría de los pueblos de Centroamérica, no son sino los ejemplos más visibles. Hasta el pequeño y otrora ejemplo de estabilidad y democracia, Uruguay, se encuentra en el vértigo de una profunda crisis económico-social y en la antesala de un régimen dictatorial.
Para entender mejor los cambios de estructuras que se requieren en América Latina, veamos algunos de los problemas fundamentales que forman la raíz de la crisis por la que atraviesa: la propiedad de la tierra, la distribución del ingreso y la dependencia económica respecto a los monopolios extranjeros.
El latifundio, antieconómico y antisocial.
En la aplastante mayoría de los países de América Latina la tierra se encuentra en manos de pequeños grupos de grandes latifundistas nacionales y extranjeros. La situación en algunos países importantes es la siguiente:
Brasil.- El número de fincas rurales asciende (año de 1960) a 3,342,097, con una extensión global de 265.5 millones de hectáreas. El 1% de estas fincas tiene una extensión superior a las 1,000 hectáreas cada una, correspondiéndoles el 47% de la superficie total; es decir, el 1% de las fincas posee casi la mitad de la tierra productiva del país. Esto, sin contar que un mismo latifundista con frecuencia posee varias propiedades, con lo que el grado de concentración de la tierra aumenta considerablemente.
Paralelamente al gran latifundio, existe el minifundio constituido por fincas de menos de 6 hectáreas. Así, el 61% de las fincas del país, en número de más de 2 millones de propiedades, apenas posee en conjunto 13.6 millones de hectáreas, o sea el 5% de la superficie total. Como se ve, la tierra, factor vital en la economía brasileña, está siendo usufructuada por una pequeña minoría de grandes latifundistas, al lado de los cuales existe una enorme cantidad de campesinos que apenas disponen de un pequeño pedazo de tierra. Y en la escala inferior de la masa campesina, existen millones de hombres sin tierra. ¿Puede haber estabilidad social y política en estas condiciones?
Argentina.- La situación de concentración de la propiedad de la tierra en esta país es igualmente grande. Así de las 457,173 fincas que existían en 1960, con una extensión global de 175.1 millones de hectáreas, el 5.7% tenía una superficie individual de más de 1,000 hectáreas, representando en conjunto el 74.4% de la tierra productiva. En el otro extremo, el 40% de las fincas apenas poseía el 1% de la tierra productiva.
Colombia.- En este país los latifundios mayores de 1,000 hectáreas poseían (en 1960) el 30.4% de la superficie total; es decir, el 0.2% de las fincas disponía de cerca de un tercio del total de la tierra productiva. En el otro extremo, el minifundio, representado por fincas de menos de 4 hectáreas, estaba representado por el 86% de las fincas, que en conjunto poseían el 14% de la tierra del país.
Ante este panorama, que se repite en la mayoría de los demás países latinoamericanos, ¿puede haber, repetimos, condiciones de estabilidad y tranquilidad social?
Favelas y mansiones señoriales.
Correspondiendo al contraste que existe en la propiedad de la riqueza (el caso de la tierra se repite en las demás esferas de la economía) los ingresos en los países de la América Latina se encuentran también distribuidos de manera muy desigual. Los estudios realizados por la Comisión Económica para la América Latina, de las Naciones Unidas, nos proporciona los siguientes datos para Brasil y Argentina, dos de los países más importantes desde el punto de vista económico, en nuestro continente.
Argentina.- En la escala superior de ingresos encontramos que el 1% de la población recibe el 16.3% de los ingresos totales del país. Este sector tiene ingresos promedio de 27,600 dólares al año. Si tomamos el otro extremo, el de ingresos más bajos, encontramos que el 10% de la población recibe ingresos de apenas 320 dólares al año, o sea, de menos de 11 pesos diarios. Este grupo, recibe en conjunto, solamente el 1.9% de los ingresos totales del país.
Brasil.- En este país la distribución de los ingresos es también muy desigual e injusta. El 10% de la población recibe el 41.5% de los ingresos totales, correspondiéndole a los más ricos, o sea al 1% de la población, el 19% de dichos ingresos globales del país. Frente a este grupo, tenemos que el 10% de la población pobre, recibe apenas el 2.8% de los ingresos totales.
Esto explica que la población pobre de las ciudades brasileñas viva aglomerada en condiciones infrahumanas en las llamadas favelas, mientras que los potentados disfruten de grandes mansiones señoriales, con lujos insultantes. ¿Puede haber, insistimos, tranquilidad social en estas condiciones?
La camisa de fuerza imperial.
La economía de la América Latina (y la vida toda del Continente Iberoamericano) se encuentra dentro de la camisa de fuerza que le impone la dominación de los grandes monopolios extranjeros, especialmente norteamericanos, que impiden su progreso. Las principales fuentes de la vida económica se encuentran dominadas desde dentro por los monopolios extranjeros, en ocasiones en alianza con las oligarquías criollas, y desde fuera, por esos mismos (y otros) grandes monopolios que controlan los mercados mundiales. Este dominio mantiene a las economías latinoamericanas en una situación de economías agropecuarias y mineras, convirtiéndolas en tributarias de los países capitalistas desarrollados, e impidiendo su desarrollo industrial independiente.
A través del dominio económico de los países latinoamericanos, los monopolios extranjeros los someten a una explotación exagerada e injusta de sus recursos y a una permanente succión de recursos naturales y de capitales que obstaculiza y deforma el desarrollo y los mantiene en condiciones de gran inestabilidad económica, social y política. Ya en diversas ocasiones hemos dado cifras sobre el particular, que demuestran hasta la evidencia la verdad de este enjuiciamiento.
Este es el panorama que presenta la América Latina, panorama que ahora está preocupando a las corrientes más sensibles de la Iglesia Católica. Enhorabuena que la Iglesia se incorpore a los millones de latinoamericanos que desde siempre han denunciado estas realidades, y que luche por cambios fundamentales en las estructuras. La conferencia de Bogotá ¿se hará eco del llamado de los obispos de Brasil? Y si lo hace ¿se dará cuenta de la magnitud de las implicaciones que reviste? Especialmente ¿tomará conciencia de que esos cambios no podrán producirse como resultado de buenas intenciones y de llamados a la bondad de las oligarquías nacionales y extranjeras? Para que realmente la Iglesia Católica pueda contribuir a la liberación de nuestros pueblos, tiene que colocarse al lado de las masas populares que luchan por un mundo mejor. ¿Lo hará?♦