Los acontecimientos de las últimas semanas han puesto a la orden del día la revisión crítica de todo el marco social en que se desenvuelve nuestra juventud, condición básica para entender las razones de su inconformidad y buscar los caminos más adecuados para que las actuales y futuras generaciones puedan encauzar la vida nacional hacia etapas cada vez más elevadas de bienestar y libertad.
A medida que se ha ido descorriendo el espeso velo tendido por la información periodística tendenciosa, que había logrado confundir a la opinión pública han ido surgiendo voces cada vez más numerosas de personas y agrupaciones de diversas posiciones sociales y de variadas corrientes políticas que intentan ir más allá de la consideración superficial de los hechos para enjuiciar críticamente a la sociedad y los cimientos en que se sustenta.
Uno de los aspectos a que debe dirigirse el análisis crítico de nuestra sociedad, además del económico y político, que son fundamentales, es el del sistema educativo nacional, particularmente el de la enseñanza superior. ¿Hasta qué grado las universidades, institutos y centros de enseñanza superior están a tono con las necesidades del progreso nacional? ¿Son las universidades los puestos de avanzada en la transformación del país y en la superación del atraso científico, cultural, económico y político? ¿Tienen acceso a las universidades todos los sectores de la población y en especial los más numerosos, los campesinos y los obreros? ¿Las universidades son recintos encastillados alejados de la fábrica y del campo, o se encuentran íntimamente ligados a la vida económica del país? ¿Son las universidades instituciones dinámicas, en constante superación, o se mantienen en un estado de anquilosamiento que impide la realización plena de las enormes energías creadoras de la juventud? Ha llegado el momento en que tratemos de someter a juicio crítico y constructivo a nuestras instituciones de enseñanza superior, y que nos preocupemos por hacer los esfuerzos necesarios para darles el impulso que reclama el desarrollo económico independiente y democrático del país.
Más abogados que ingenieros y maestros
En el año de 1966 existían en el país 1,823 instituciones de enseñanza (profesional, normal, comercial y de enseñanza especial), con una asistencia media de 378,522 alumnos, y con 36,443 profesores. De ellas 717 eran de enseñanza especial, principalmente de artes y oficios y de bellas artes; 572 de enseñanza comercial, 290 de tipo profesional y 244 de enseñanza normal.
El conjunto de estas instituciones otorgó títulos y diplomas a… 35,404 egresados, correspondiendo a las de nivel superior 6,623. Los títulos expedidos a los de esta última categoría se distribuyeron en orden de importancia numérica como sigue:
El primer lugar correspondió a los Médicos Cirujanos, en número de 1,019; el segundo lugar correspondió a los Licenciados en Derecho: 749; el tercero, a los Ingenieros Civiles 542; el cuarto a los Cirujanos Parteros 478; el quinto, a los Arquitectos441 y el sexto lugar, a los Cirujanos Dentistas 325.
La deformación de nuestro sistema educativo, en el nivel superior es notoria. Entre las carreras que reciben más énfasis atendiendo al número de títulos expedidos, sobresalen las no ligadas directamente a la producción, tales como las de cirujanos y abogados. Solamente dos carreras corresponden a profesiones ligadas a las actividades productivas, encontramos entre las seis primeros lugares, la de Ingeniería Civil y la de Arquitectura.
La deformación que apuntamos se hace más notoria si vemos que carreras esencialmente ligadas a la producción se encuentran en visible desventaja en lo que toca al número de titulados. Así por ejemplo, sólo se expidieron 244 títulos a Ingenieros Mecánicos Electricistas; 159 a Ingenieros Químicos; 126 a Médicos Veterinarios y Zootécnicos y apenas 116 a Ingenieros Agrónomos.
Nuestras instituciones de enseñanza superior, por lo tanto, no están a tono con las necesidades de acelerar el desarrollo económico nacional, principalmente industrial y agropecuario, ya que se dedican principalmente a la preparación de profesionistas que aunque prestan servicios de gran utilidad a la sociedad, especialmente los médicos, no contribuyen de forma directa a elevar la producción de bienes materiales. Y esto, en detrimento de la preparación de profesionistas y técnicos cuyo concurso es fundamental para acelerar el desarrollo económico nacional.
Universidades de clase media y alta
Las universidades e institutos de enseñanza superior de nuestro país tienen un marcado carácter clasista, estando vedadas prácticamente a los hijos de los obreros y de los campesinos, los sectores más numerosos de nuestra población.
Si tomamos como base la situación que priva en la Universidad Nacional Autónoma de México, nos encontramos que el origen de los estudiantes que a ella tienen acceso es el siguiente:
De los 69,098 estudiantes que se inscribieron en el año de 1964, el grupo más numeroso correspondió a hijos de empleados, formado por 24,071 jóvenes, lo que representó el 40.1% del total; el segundo lugar correspondió a hijos de comerciantes con 11,769 estudiantes, o sea, el 19.6%; en tercer lugar figuraron los hijos de profesionistas, con 9,112 jóvenes, o sea el 15.2%. Estos tres grupos en conjunto representaron el 75% del total de alumnos de la UNAM en ese año, es decir, tres cuartas partes de la inscripción total. A esto hay que agregar un 9% más de hijos de empresarios, propietarios y funcionarios de altos ingresos.
Frente a esta situación, los estudiantes de origen obrero fueron 7,710, o sea el 12.8% del total, y los de origen campesino apenas llegaron a 1,940, lo que significa el 3% del total de estudiantes de la UNAM. Conjuntamente los estudiantes de origen obrero y campesino apenas representaron el 16% del total de estudiantes que tuvieron acceso a la UNAM en 1964.
La situación que prevalece en la UNAM se repite en las demás universidades e institutos de enseñaza superior del país, aunque existen diferencias en algunas de ellas, pero dichas diferencias más bien son de una mayor característica clasista que en el sentido contrario.
Es evidente que la estructura del origen clasista del estudiantado de nuestras universidades es un reflejo de la situación económica difícil de las clases mayoritarias del país frente a la holgura de la clase media y de los sectores de la burguesía.
Planeación educativa y ligazón con el pueblo
El panorama que hemos presentado de la situación de nuestras universidades, en alguno de sus aspectos más importantes, nos lleva obligadamente a pensar en la necesidad de transformaciones básicas tanto en la estructura de sus carreras profesionales, como en su posición frente al pueblo al que deben servir. Se hace necesario por una parte que se planifique la enseñanza superior en su conjunto a efecto de lograr el mejor acoplamiento de este tipo de enseñanza a las realidades y a las aspiraciones nacionales. Por otra parte, es indispensable que las universidades abran sus puertas a los hijos de campesinos y de obreros, que son los que forman la mayoría de la juventud mexicana y los que carecen de los medios necesarios para prepararse mejor y ser factores más útiles para el engrandecimiento de nuestro país. Al mismo tiempo es necesario que las universidades se conecten estrechamente a la vida económica y social de la nación, yendo a la fábrica, a las granjas, a los sindicatos, a las agrupaciones campesinas y populares, para dar la contribución que les corresponde como instituciones sostenidas con el esfuerzo de toda la nación.♦