El problema del tomate, manifestación palmaria del trato inequitativo en el comercio con Estados Unidos.
El que compra no le hace un favor al que vende, ni éste a aquél; el beneficio recíproco y equitativo debe ser la base del intercambio, máxime entre países vecinos.
En el mundo actual de estrecha interdependencia internacional, el que no compra no vende. Esto se aplica hasta en las relaciones de la Metrópoli con sus colonias.
La política de restricciones a los productos mexicanos y al movimiento de trabajadores ¿constituyen represalias contra México, por su lucha contra el contrabando?
Un país poderoso que no puede ni debe, aplicar una política proteccionista a ultranza que dañe seriamente a sus vecinos que lo proveen de materias primas y alimentos.
Los Estados Unidos han lanzado un boomerang contra México que puede resultarle contraproducente.
El gobierno debe defender con firmeza los principios de equidad y de beneficio recíproco en sus relaciones con los Estados Unidos, porque México no es una Colonia y desea mantener y robustecer sus lazos de una verdadera buena vecindad.
Estados Unidos no busca amigos, sino sus intereses.
Un nuevo episodio ha venido a dañar las relaciones entre nuestro país y los Estados Unidos: las restricciones a las compras de tomate (jitomate) mexicano, que han sido adoptadas para proteger a los productores de Florida. Este acto de agresión a un importante renglón de nuestra economía agropecuaria, sobre todo la del noroeste, es un ejemplo típico de la política de nuestro poderoso vecino, que como dijera el extinto secretario de Estado de ese país, John Foster Dulles, consiste en que "los Estados Unidos no buscan amigos, sino sus intereses".
La discriminación que ahora se hace con uno de los más importantes productos de exportación al mercado norteamericano, no es un hecho aislado, fortuito, sino manifestación de las relaciones desiguales e inequitativas entre un país poderoso que actúa como tal, y un país débil cuya economía se mantiene dentro de su esfera de influencia. Hechos como este han tenido lugar a lo largo de nuestras relaciones con los Estados Unidos, y seguramente se repetirán en el futuro, sobre todo si aceptamos con resignación el papel de apéndice semicolonial respecto a nuestro vecino del Norte.
Por tener el carácter de un hecho revelador del tipo de relaciones comerciales entre nuestro país y los Estados Unidos (nuestro principal mercado y también principal proveedor), consideramos necesario ocuparnos de precisar algunos de los aspectos fundamentales de esas relaciones y de buscar los caminos más viables que nos permitan defender a nuestra economía de la política discriminatoria, egoísta y poco amistosa de nuestros poderosos vecinos.
El intercambio debe ser equitativo
La equidad en el intercambio mercantil es un principio fundamental que debe observarse en el comercio internacional, para que se fortalezcan los lazos económicos entre las naciones y para que se consolide la amistad entre los pueblos. Este principio debe ser la norma general, pero debe regir especialmente entre países vecinos, particularmente si uno es poderoso y el otro débil, como es el caso que nos ocupa. Si el país poderoso aprovecha su ventaja para imponer sus condiciones al país débil, además de dañar las buenas relaciones de amistad, ocasionan serios quebrantos económicos que dificultan aún más al proceso de desarrollo y contribuyen a mantener el estado de atraso económico de éste.
En este sentido, conviene que tengamos una idea muy clara sobre el significado del intercambio mercantil. Es evidente que el que compra no le hace un favor al que vende, ni éste a aquél. Tanto uno como otro están interesados en la transacción, porque a través del intercambio se satisfacen mejor las necesidades de uno y otro, y con el menor costo posible. Podríamos imaginar el alto costo que significaría para los Estados Unidos, con todo y lo desarrollados que están y su gran potencia económica, si tuviera que producir todas las materias primas, alimentos y productos manufacturados que necesita. Desde luego que le resultaría antieconómico hacerlo, además de que muchos productos no podría producirlos por falta de recursos naturales apropiados, de clima o de otros factores.
De la misma manera, para México significaría un gran quebranto económico si no dispusiera del mercado de Estados Unidos para sus exportaciones de materias primas, alimentos y de algunas manufacturas. La autarquía es anti-económica y aisla y separa a los pueblos.
Esto nos lleva a considerar que el intercambio entre México y los Estados Unidos beneficia a ambos países, que debe no solamente mantenerse, sino ampliarse y fortalecerse. Pero para que eso sea así, no basta con intercambiar productos sino es indispensable que las transacciones se realicen sobre la base de la equidad sobre bases justas de beneficio recíproco integral.
Si el intercambio no se realiza sobre bases de equidad, no solamente se daña la amistad y la cooperación que son indispensables para la intensificación de las relaciones comerciales, sino que va minando la capacidad económica del país que pierde en el intercambio, lo que a la postre perjudica también al país que transitoriamente obtiene las ventajas mayores. Esto es así porque al obtener menores ingresos en divisas el país tendrá que reducir sus compras en el exterior y en la medida que lo haga, afectará las ventas del otro país. En las condiciones actuales de estrecha interdependencia mundial, el que no compra no vende, por lo que no se puede mantener por mucho tiempo una situación en la que un país poderoso obtenga ventajas injustas en sus transacciones con el exterior, sin que a la postre no sufra las consecuencias en su propia economía. Esto se parece a un boumerang que al ser lanzado contra otros, se regresa contra el que lo lanzó.
Existe todavía un elemento más a considerar. Se trata de la política de gran potencia que sigue Estados Unidos en sus relaciones con nuestro país y con otros que forman parte de su esfera de influencia. Así, cuando los Estados Unidos tienen necesidad de algún producto (en tiempos de guerra esto se agudiza), estimulan la producción en nuestro país para cubrir sus mayores necesidades, ya sea porque hacerlo ellos costaría mucho más, o porque no están en condiciones de lograrlo por factores de clima o de otro tipo. Una vez que los Estados Unidos han satisfecho sus necesidades en esta forma, sin mayor miramiento cancelan sus compras, sin importarles las consecuencias que tendrá en la economía mexicana. En estas condiciones, nuestro país tiene que ajustarse a las decisiones unilaterales de los Estados Unidos, lo que convierte a muchos renglones importantes de nuestra economía en negocios excesivamente aleatorios. Hay que producir con la esperanza de que los Estados Unidos quieran comprar.
Todas estas reflexiones acomodan perfectamente en el tipo de relaciones comerciales de nuestro país con los Estados Unidos. Son relaciones esencialmente iguales a las que existen entre una Metrópoli y sus colonias. Se parecen a un embudo en que lo ancho corresponde a los Estados Unidos y lo angosto a México.
El caso del tomate que está provocando justificada alarma en estos momentos, presenta con toda claridad el trato inequitativo que acostumbra darnos Estados Unidos. Cuando las cosechas de Florida se pierden o son insuficientes por cualquier motivo, reciben con beneplácito el tomate mexicano para cubrir sus necesidades; pero cuando la Florida produce lo suficiente, como en este invierno, se toman medidas para impedir la introducción de nuestro producto, sin importar para nada las fuertes pérdidas que puedan resentir los productores mexicanos. El mejor de los mundos... para los Estados Unidos, desde luego. A los productores mexicanos lo que les queda hacer es prenderle una velita al Santo de su devoción, para que ocurran siniestros en Florida y se pierdan las cosechas.
El gobierno debe intervenir con energía
Es tiempo ya de que intentemos poner un hasta aquí al trato colonialista que los Estados Unidos aplican al comercio con nuestro país. En el caso del tomate, que sin duda alcanza perfiles de problema nacional, nuestro gobierno debe intervenir para proteger los intereses de los productores nacionales que ahora se encuentran seriamente amenazados. Es tiempo de que se intente lograr un convenio mediante el cual los Estados Unidos se comprometan a adquirir una determinada proporción de la cosecha mexicana, independientemente del resultado de los cultivos de la Florida, y a precios remunerativos. Un convenio de esta naturaleza sería equitativo, y creemos firmemente que puede lograrse con una intervención amistosa, pero enérgica de parte de nuestro Gobierno. Ya existen antecedentes en otros renglones como el del café, y el azúcar, en que rige un sistema de cuotas que proporciona algún margen de seguridad para las ventas de México en el mercado Norteamericano.
De no lograrse un convenio de esta naturaleza, las relaciones amistosas entre nuestros dos países tenderán a empeorar, con los consiguientes perjuicios para ambos países. Creemos que los Estados Unidos comprenderán que si insisten en su política de gran potencia frente a México, resultarán también perjudicados porque México es un importante proveedor de materias primas y de alimentos, y el cliente más importante en la América Latina para las manufacturas norteamericanas, y con todo y lo poderoso que son, no podrán darse el lujo de dañar un comercio que alcanza más de 20 mil millones de pesos anuales. Existen, pues, suficientes bases para esperar que una intervención adecuada del gobierno pueda tener buenos resultados. Insistir en prender velitas, no conduce sino a mantenernos indefinidamente en una situación de semicolonia.♦