México y Brasil: la pauta de la integración

La integración económica México-Brasil

Los círculos gubernamentales de México, al igual que importantes grupos de hombres de negocios están realizando considerables esfuerzos por estrechar relaciones económicas con Brasil, el “pequeño gigante” de la América del Sur, con vistas a la futura integración económica. Este acercamiento bilateral, se afirma, lejos de romper el proceso integracionista latinoamericano, tiende a darle mayor celeridad, ya que el peso relativo de México y Brasil en el conjunto de la región es tan grande, que los avances que puedan lograrse en el estrechamiento de los lazos económicos entre ellos, tendrán una directa repercusión en los demás.

En el proceso de lograr un mayor entendimiento y cooperación entre los dos países y correspondiendo a la visita que hiciera al Brasil en meses pasados, nuestro Secretario de Economía, Lic. Octavio Campos Salas, al frente de una nutrida delegación de inversionistas del país, en días pasados fuimos anfitriones de una delegación semejante de empresarios brasileños que estuvo encabezada por el Sr. Macedo Soares, ministro de Economía del Brasil. El resultado de estas visitas recíprocas ha sido la adopción de ciertos acuerdos y concretos de cooperación económica y el planteamiento y discusión de una serie de propuestas y de ideas sobre distintos tópicos relativos a medidas que puedan unificar la política económica de los dos países, como pasos de avance en el proceso de integración económica latinoamericana.

A nadie escapará la gran importancia que puede tener para el futuro de México el fortalecimiento de las relaciones económicas con los otros países de la América Latina; el interés se hace mayor hasta convertirse en un asunto vital, cuando la cooperación lleva la finalidad concreta de lograr la integración económica total con otros países hasta llegar a la formación de algo así como una Confederación Latinoamericana. Por tal razón, consideramos la obligación de todo mexicano tratar de conocer con mayor amplitud y profundidad que lo que permiten los comunicados oficiales escuetos, y las informaciones de la prensa diaria, el contenido y carácter de los acuerdos adoptados y de las propuestas en proceso de discusión, así como y de manera muy especial, conocer más a fondo las condiciones económicas (y políticas) del Brasil, nuestro posible confederado.

El Brasil de hoy

Brasil es el país más poblado y extenso de la América Latina: en 1969 contaba con 90.6 millones de habitantes (casi el doble que México) estimándose que para 1980 su población alcanzará los 124 millones de personas. La importancia económica del Brasil es muy semejante a la de México, ya que en 1968 el valor de su producción fue equivalente a 272,800 millones de pesos, lo que significa un producto por habitante de 3,000 pesos anuales (240 dólares de los EE.UU.), frente a 5,875 pesos que es el correspondiente a México.

El desarrollo industrial del Brasil ha sido considerable en los años de la posguerra, figurando al lado de la Argentina y México entre los países más industrializados de la América Latina. En la estructura económica del Brasil la industria es ya el renglón más importante, ya que ha superado aunque ligeramente todavía, a las actividades agropecuarias.

El crecimiento de la economía brasileña ha sido, sin embargo, bastante irregular, habiendo años de verdadero estancamiento y aún de retroceso, y otros de un crecimiento considerable. En 1968 la tasa de aumento de la producción total fue del 6%, uno de los más altos logrados en el período de la posguerra.

Las altas y bajas del crecimiento económico del Brasil revelan problemas estructurales que impiden un desarrollo sostenido y de alto ritmo. Entre esos factores de estructura tienen relevancia la todavía gran dependencia del comercio exterior, la composición fundamental primaria de dicho comercio la fuerte concentración de la riqueza (tierra, banca, industria, comercio, etc.), y del ingreso, la participación elevada de capitales extranjeros en su economía, y el exagerado endeudamiento exterior.

En el frente interno la manifestación más clara de los desajustes estructurales es la intensa inflación que ha sufrido el país de manera casi permanente en el período de la posguerra. Los precios han tenido aumentos en los últimos años del orden del 85% anual; en 1968, a pesar de las medidas antiinflacionarias adoptadas el aumento de los precios fue del 24%, según datos oficiales. La persistente elevación de los precios ha contribuido a agudizar la desigual distribución de la riqueza y de los ingresos, debilitando la capacidad de compra de las grandes masas de la población y creando condiciones de gran malestar social. Aún las medidas que han tratado de controlar la inflación han acentuado ese malestar, en virtud de que dichas medidas han sido lesivas para los sectores populares.

La desigualdad en la distribución de los ingresos puede apreciarse por el hecho de que según datos de las Naciones Unidas, el 10% de la población económicamente activa de más bajos ingresos recibe apenas el 1.8% del ingreso nacional, en tanto que el 10% superior recibe el 45% y el 1% de la cúspide recibe el 18% del ingreso nacional. Como se ve, la situación del pueblo brasileño, en este sentido es todavía más aflictiva que la del mexicano.

El desequilibrio externo se manifiesta por un endeudamiento de grandes proporciones y por la baja cuantía de las reservas de oro y divisas del país. La deuda exterior del Brasil superó los 4,000 millones de dólares (frente a más de 600 millones de dólares en México). En estas condiciones el servicio de la deuda constituye una carga demasiado pesada, ya que las transacciones en cuenta corriente arrojan déficit y las reservas disponibles no alcanzarían ni para cubrir las amortizaciones anuales de los créditos exteriores.

Las inversiones extranjeras directas, principalmente norteamericanas, pero también las de origen europeo y japonés, han ido creciendo de manera acelerada. Estas inversiones se están orientando de manera muy marcada hacia la industria que constituye el renglón más dinámico y podría decirse neurálgico del desarrollo brasileño. Las empresas extranjeras se han ido adueñando de las ramas fundamentales de la industria y de la minería, desplazando aceleradamente a los empresarios brasileños, los que han transferido el control de sus negocios o, en el mejor de los casos, han pasado a ser socios menores y empleados a sueldo de los inversionistas extranjeros. Con el propósito de ilustrar la magnitud del problema presentamos algunos datos tomados del ensayo de Eduardo Galeano intitulado “La desnacionalización de la industria en el Brasil”, y que corresponden a la investigación que realizó la Comisión Especial del Congreso Brasileño.

El capital extranjero ha adquirido el control del 40% del mercado de capitales; el 62% del comercio exterior; el 82% del transporte marítimo; el 77% de los transportes aéreos externos; el 100% de la producción de vehículos de motor y de la industria auxiliar automotriz, el 100% de la fabricación de neumáticos; más del 80% de la industria farmacéutica; cerca del 50% de la industria química;  el 59% de la producción de máquinas; el 48% de la producción de aluminio; y el 90% de la producción de cemento. Según la Comisión del 50% del capital extranjero es norteamericano, siguiéndole en importancia los capitales alemanes, ingleses, franceses, suizos y japoneses.

En el proceso de dominación extranjera han sucumbido numerosas empresas brasileñas. En la industria automotriz y auxiliar 15 fábricas, entre ellas la Fábrica Nacional de Motores que era propiedad del Estado fueron absorbidas por empresas norteamericanas y europeas; en la industria de equipo eléctrico tres empresas pasaron a manos de firmas japonesas; en la fabricación de plásticos cuatro empresas fueron absorbidas por inversionistas de Estados Unidos; en la minería y metalurgia seis firmas brasileñas fueron dominadas por un consorcio norteamericano; y la misma historia se ha repetido en la industria de alimentos, cigarrillos, tintas, textil, vidrio, etc.

Política económica del gobierno Brasileño

La política económica del gobierno actual del Brasil tiene como rasgo distintivo el apoyo decidido al gran capital, al grado de que se otorgan grandes privilegios al de origen extranjero. Esta orientación de la política económica puede apreciarse entre otras medidas, por la transferencia de empresas estatales al control privado, extranjeros y nacionales, y por la suscripción de un convenio de “garantía al capital extranjero”. De acuerdo con este Convenio el gobierno de Brasil garantiza a los inversionistas extranjeros un tipo especial de cambios en moneda extranjera, que no se altera en casos de devaluaciones de la moneda brasileña (devaluaciones que han sido frecuentes). De esta manera las empresas extranjeras pueden enviar sus utilidades al exterior de manera segura y desde luego... abundante.

Intercambio, sí; integración... depende

Es dentro de este contexto que debemos enjuiciar los acuerdos suscritos por México con el Brasil y los esfuerzos que se están haciendo para lograr la integración económica con dicho país. Entre dichos convenios se encuentran algunos útiles, como la formación de la empresa mixta Bramex, para fomentar el comercio entre los dos países, y los de la intensificación del intercambio mediante el trueque. Hay otros sin embargo, que tienen otro carácter y que están llenos de problemas, entre los que se destacan los de complementación industrial y el intento de unificar la política económica, especialmente la relativa al tratamiento del capital extranjero.

En relación a los proyectos de complementación industrial que teóricamente persiguen un fin justificable desde un punto de vista económico escueto, se plantea la gran interrogación ¿qué industrias específicas se van a  complementar y qué empresas van a participar? Porque si la complementación se va a hacer sobre la base de empresas norteamericanas o europeas que operan en Brasil y empresas del mismo origen que operan en México, el resultado será una consolidación de los monopolios internacionales en nuestros países. La situación no se altera si en dichos monopolios existen socios brasileños o mexicanos. Desde luego es evidente que esto no corresponde a las aspiraciones integracionistas de los pueblos latinoamericanos.

En cuanto a la unificación de políticas económicas se plantean también serias cuestiones.

¿Podrá ser conveniente que el gobierno de México acepte la política brasileña de traspasar las empresas del Estado al sector privado, nacional o extranjero? ¿Adoptaremos las posición brasileña respecto a la política de privilegios para el capital extranjero y de puerta abierta para que se apoderen todavía más de nuestra economía?

Ante estos hechos podemos concluir que mientras que es necesario y útil intensificar el comercio y estrechar lazos con el Brasil (y con otros países del mundo) la política de integración económica, que tiende a formar una sola economía en la región latinoamericana, debe tomar como base una serie de factores que tienen una vital importancia. La integración debe tener como objetivo acelerar el desarrollo independiente y democrático de los países de la América Latina, y no la enajenación de nuestras riquezas y la supeditación a los monopolios extranjeros. Y la mayor integración con el Brasil, dadas las condiciones actuales, daría este último resultado.♦

Ceceña, José Luis [1969], "México y Brasil: la pauta de la integración", México, Revista Siempre!, 851: 24 y 70, 15 de octubre.