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Oiga usted: casi, casi, los Estados Unidos han propuesto a la América Latina ser una estrella brillante en su bandera.

Ellos proponen:

  • “Romper estructuras anacrónicas”, pero bajo el control de EE.UU.

  • Firme compromiso al “Sistema Interamericano”, con la OEA y el CIAP como ejes.

  • Firme compromiso de continuar la “asistencia de EE.UU. para el desarrollo del Hemisferio”, para consolidar el dominio de los monopolios yanquis.

  • “El pueblo, el centro de las preocupaciones”, en la medida en que se alineen a los intereses de los inversionistas norteamericanos.

Con las manos vacías:

  • Promesas de realizar esfuerzos por reducir las barreras no arancelarias.

  • ¿Y los altos aranceles? ¿y los precios? ¿y los sistemas de cuotas?

  • Reducir las ataduras de los créditos de la AID (ayuda) permitiendo compras en los países de la América Latina (los beneficiarios serán principalmente las empresas norteamericanas).

  • ¿Y los créditos del Eximbank, que es el más importante prestamista? ¿y los del Banco Mundial del que el principal accionista es el gobierno de EE.UU.?

Los países de América Latina, como la mayoría de los que forman el llamado “Tercer Mundo” se encuentran frente a problemas que van adquiriendo extrema gravedad y que los colocan en una verdadera encrucijada: o se deciden a tomar las riendas de su desarrollo por el camino independiente y popular, o se convierten cada vez más en partes integrantes (e integradas) de las “zonas de dominio” de los grandes países capitalistas, supeditando su futuro a los intereses de la Metrópoli.

Los grandes problemas que obstaculizan el desarrollo acelerado de la América Latina y el mejoramiento de los niveles de vida de los sectores populares se derivan directamente de la dependencia en que ha vivido desde hace más de cuatro siglos.

Los conquistadores españoles y portugueses (principalmente), convirtieron a la América Latina en un apéndice de la economía peninsular, extrayendo de ella las máximas riquezas que les fue posible e imprimiéndole los rasgos de una economía proyectada hacía el exterior, productora de metales preciosos y de productos manufacturados procedentes de la Metrópoli.

Al lograr su independencia política respecto a España y Portugal, los países latinoamericanos cayeron bajo el dominio económico de otras potencias, de Inglaterra y Francia, primero, y de los Estados Unidos desde principios del presente siglo, hasta la actualidad. Estas grandes potencias se apoyaron en la América Latina (y en otros países débiles) para fortalecer su desarrollo industrial y financiero, con materias primas baratas, oportunidades excepcionalmente lucrativas para la inversión de sus capitales y con mercados para su producción manufacturera. De esta manera, lejos de que la Independencia política hubiera significado la liberación económica de la América Latina, y el encauzamiento por derroteros propios de vida independiente, fue una coyuntura para los países capitalistas más desarrollados de poder acelerar su proceso de expansión mundial, de dominio de recursos y de mercados para su propio beneficio. Los países de la América Latina, aunque con un régimen jurídico de naciones independientes mantuvieron su status de economías tributarias de las grandes potencias metropolitanas.

América Latina, hinterland de los Estados Unidos

La pujanza expansionista de los Estados Unidos fue reduciendo la influencia de Inglaterra, Francia y Alemania en la América Latina hasta lograr anularla casi por completo, convirtiendo a toda la región en una “zona de dominio” de los monopolios norteamericanos. Ya a finales del siglo pasado los Estados Unidos habían logrado constituirse en el factor dominante en México y en el Caribe, dominio que se extendió a la América del Sur durante el presente siglo, y sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad la América Latina es nada menos que la “hinterland” de los monopolios norteamericanos. Algunos datos pueden dar idea del grado en que los Estados Unidos constituyen el factor dominante en la América Latina.

Comercio. En el año de 1965 los Estados Unidos recibieron suministros procedentes de la América Latina de una serie de productos importantes, en las proporciones siguientes: 792 millones de dólares de café que representaron el 74% de las compras totales de ese producto por parte de la Unión Americana; 253 millones de dólares de frutas y legumbres, que significaron el 53% de sus compras; 219 millones de dólares de azúcar, o sea el 49% de sus compras; 549 millones de dólares de petróleo crudo, es decir, el 45% de sus importaciones de este producto; 466 millones de dólares de derivados del petróleo, o sea, el 53% de sus compras; 264 millones de dólares de diversos productos mineros (mineral de hierro, bauxita, tungsteno, manganeso, etc.) que representaron el 29% de sus dotaciones del exterior; 286 millones de dólares de cobre, zinc, plomo y estaño, o sea el 24% de sus suministros exteriores; y cifras también importantes de productos del mar, carnes, productos químicos, etc.

En el aspecto comercial la América Latina ocupa el quinto lugar como gran comprador de productos manufacturados norteamericanos con 3,751 millones de dólares de adquisiciones en 1965, principalmente de maquinaria, 1,116 millones; vehículos, 462 millones de dólares; productos químicos, 479 millones de dólares; metales y sus manufacturas, 289 millones; papel y sus productos, 115 millones de dólares, además de cantidades importantes de textiles, productos petroleros, alimentos, etc.

Inversiones. La colocación de capitales privados norteamericanos en la América Latina alcanza también cifras elevadas, que van en constante aumento, y que han logrado superar con amplio margen a las inversiones procedentes de otros países. Para 1967 las inversiones de los Estados Unidos en la América Latina superaron los 11 mil millones de dólares.

Mediante las grandes inversiones colocadas en la América Latina los monopolios norteamericanos han logrado adquirir el control de renglones básicos de la economía de la región, tanto en lo que hace a recursos naturales, servicios, comercio, finanzas, como en las ramas fundamentales de la industria. Los ricos recursos petroleros y de minerales de hierro de Venezuela están controlados por empresas de los Estados Unidos; la riqueza minera de Chile, Perú, Brasil y otros países; los servicios telefónicos, telegráficos y de electricidad de la mayoría de las naciones latinoamericanas son dominados por empresas yanquis; las industrias de automóviles, llantas, productos químicos industriales de medicinas, de maquinaria, de equipo eléctrico, de alimentos, de cosméticos y productos de tocador, etc., se encuentran controladas por monopolios norteamericanos; grandes cadenas de grandes comercios, hoteles y restaurantes, de instituciones bancarias y de seguros, son del dominio norteamericano. Solamente en la industria de los monopolios norteamericanos tienen inversiones de 846 millones de dólares en Brasil, de 797 millones de dólares en  México y de 652 millones de dólares en la Argentina, los tres países de mayor importancia económica en la América Latina.

Con sus inversiones directas los Estados Unidos han aumentado enormemente el dominio de los mercados en los países de la América Latina (y del mundo), por que una parte importante de la producción de sus filiales se coloca en los propios países en donde operan. En equipo de transporte, por ejemplo, las filiales norteamericanas en el extranjero logran vender alrededor de 11 mil millones de dólares en los mercados locales, cantidad muy superior a la de ventas directas de esos productos procedentes de los Estados Unidos que en 1965 tuvieron un valor de 3,196 millones de dólares. Y esto mismo sucede en otro renglones como equipo eléctrico, productos químicos, papel, productos de hule, etc.

La hegemonía norteamericana en la América Latina se complementa con una serie de otros instrumentos no menos eficaces. Entre ellos cabe destacar los créditos del Eximbank y de la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID), que se otorgan sobre bases “atadas” que contribuyen a asegurar la dependencia de la América Latina, no solamente por las condiciones de que su producto se gaste precisamente en los Estados Unidos, sino porque a través de ellos se influye en la política económica de los países receptores, especialmente en lo que hace la creación de un “clima favorable” para que los capitales privados sigan teniendo la hegemonía económica en dichos países. (Recuérdese la enmienda Hickenlooper y las cuotas azucareras, etc.). También debe mencionarse la venta de armamento que es manejada por los Estados Unidos con fines de mantener su control sobre los gobiernos latinoamericanos.

América Latina ante el Coloso.

El dominio norteamericano sobre la América Latina tiene una serie de consecuencias negativas para el desarrollo independiente y democrático de la América Latina. El dominio directo de los negocios por empresas de los Estados Unidos y la sujeción comercial tienen por resultado que la América Latina se mantiene dentro de una camisa de fuerza que le impide diversificar su economía, ampliar su  comercio exterior, y disponer de capitales propios para fomentar su desarrollo. Los recursos de capital se ven seriamente mermados por la succión de ingresos que representa la relación de intercambio desfavorable e injusta y por los envíos de utilidades de las filiales extranjeras, que alcanzan cifras muy elevadas. Se estima que de 1945 a 1960 las empresas extranjeras enviaron al exterior alrededor de 15,000 millones de dólares procedentes de la América Latina, frente a nuevas inversiones de unos 8,700 millones de dólares. Y las pérdidas por un comercio exterior desigual se cifran en unos mil millones de dólares anuales.

La succión de ingresos latinoamericanos ha determinado un continuo endeudamiento que está gravitando seriamente sobre las balanzas de pagos de la América Latina, comprometiendo su futuro desarrollo. En el año de 1968 el déficit de las transacciones en cuenta corriente fue de 2,077 millones de dólares.

Cabe indicar que la “ayuda” exterior en forma de créditos de todas las fuentes y la inversión de nuevos capitales restituye a la América Latina el monto de capitales que pierde por el comercio no equitativo y por la succión de utilidades de filiales extranjeras.

Estos graves problemas que afronta la América Latina no recibieron ninguna consideración real por parte del Presidente Nixon en su reciente discurso en que delineó la política del gobierno norteamericano hacia la América Latina. No habló de un trato equitativo en las operaciones comerciales, tan poco ofreció nada concreto respecto a la reducción de aranceles para los productos manufacturados o semi-manufacturados procedentes de la América Latina; ofreció, si, disminuir las ataduras de los créditos de la AID, pero no los de Export Import Bank, que con mucho es la agencia más importante, además de que el permitir que los créditos de la AID puedan utilizarse para compras en la América Latina significa principalmente que dichas compras van a beneficiar a las filiales norteamericanas que operan en nuestros países; tampoco hizo ofrecimientos concretos de ayudar a la América Latina en materia de tecnología y de investigación científica.

En cambio, el presidente Nixon se constituyó en el campeón de las inversiones privadas norteamericanas en la América Latina, considerándolas como un factor vital para nuestro desarrollo. ¿Desarrollo a beneficio de quién? Y criticó severamente las medidas nacionalistas de algunos gobiernos latinoamericanos. ¿No es esto una intervención en los asuntos internos de nuestros países?

Todo esto demuestra que el único camino de la América Latina es el de decidirse a tomar el control de sus riquezas y manejarlas de manera soberana para bien de los más amplios sectores de la población. El desarrollo, el progreso, no nos vendrá del exterior, sino será resultado solamente de nuestro propio esfuerzo encausado por los derroteros que marcan los intereses de nuestros pueblos.♦

Ceceña, José Luis [1969], "Vea usted su oferta generosa", México, Revista Siempre!, 856: 24-25, 19 de noviembre.