En marcha impetuosa hacia la sociedad de consumo

Una economía de desperdicio colosal donde el objetivo básico es vender lo que sea, como sea y a quien sea.

La publicidad, los cambios de modelo y la moda son los instrumentos para forzar las ventas; el crédito enajena al consumidor que compra más de lo que puede y que debe así hasta la camisa.

A medida que el país se desarrolla por el camino capitalista se va proyectando de manera cada vez más clara hacia lo que ha dado en llamarse “sociedad de consumo”, cuyos ejemplos típicos son los Estados Unidos y los países capitalistas más maduros de Europa, como Inglaterra y Francia.

La sociedad de consumo se caracteriza por un alto nivel de consumo de bienes y servicios de “economía de prestigio”, en buena medida superfluos o no necesarios de parte de la clase capitalista, niveles de consumo que tratan de ser adoptados también por la llamada “clase media”, estrato social que se desarrolla con gran celeridad en estas sociedades, como resultado del crecimiento de los centros urbanos, del aumento de la burocracia, oficial y privada, y de la multiplicación de servicios profesionales y de otra naturaleza algunos útiles y necesarios, pero muchos otros productos de la hipertrofia del sector improductivo y hasta parasitario de estas sociedades.

La sociedad de consumo surge como resultado del propio proceso de maduración de las sociedades de tipo capitalista, cuya motivación esencial es la ganancia máxima que da por resultado la concentración creciente de la riqueza y de los ingresos a favor de la clase capitalista, concentración que va generando problemas crecientes de ventas porque la capacidad de compra del público consumidor no aumenta en consonancia con la capacidad productiva de las empresas.

Estas limitaciones en los mercados plantea a la clase capitalista su problema esencial, ya que si no dan salida a su creciente producción, no alcanzan su objetivo fundamental de incrementar sus utilidades, aumentar sus ingresos y su riqueza. Para resolverlo, recurren a una serie de instrumentos para forzar sus ventas, instrumentos que intentan inducir a los consumidores a comprar más y más, creándole “necesidades” reales y ficticias y proporcionándole medios atractivos para que lo lleven a cabo. Los “dictados de la moda”, cambios frecuentes de modelos, presentación atractiva de los productos, lanzamiento al mercado de “nuevos productos” en sucesión ininterrumpida, “obsequios” que adoptan mil formas por demás sugestivas, grandes establecimientos ampliamente surtidos de todo lo imaginable y al alcance de la mano, y el otorgamiento de grandes facilidades de crédito, todo ello manejado con una publicidad muy inteligente y de alto costo, hacen el milagro de inducir a los consumidores a gastar hasta su último centavo de sus ingresos futuros.

A través de la aplicación de estos instrumentos se ha ido produciendo un proceso de enajenación de los consumidores que aumentan sus compras por encima de sus posibilidades reales cayendo más y más en una situación de endeudamiento permanente para mantener hábitos de consumo irracionales y deformados y un “nivel de vida” artificialmente elevado.

Los dictados de la moda llevan a los consumidores a comprar prendas de vestir con una frecuencia vertiginosa; los ambos de modelos de automóviles, de aparatos de televisión y radio, muebles de hogar, etc., inducen a gastos familiares innecesarios; el torrente de “nuevos productos” muchos de los cuales sólo tienen una presentación distinta o algún agregado insustancial, provocan el deseo de adquirirlos no obstante que generalmente tienen un mayor precio que los anteriores; las campañas de ventas aderezadas con atractivos “obsequios” inducen a la compra de productos que de otra manera no se adquirirían; las campañas publicitarias sobre productos superfluos como lociones, cosméticos, perfumes, adornos, vinos licores, refrescos, cerveza, cigarrillos, etc., provocan en los consumidores el deseo de adquirirlos aún con sacrificio de otros productos necesarios.

A todos estos medios en los tiempos recientes se ha venido a sumar con gran intensidad uno de los instrumentos de mayor efectividad para aumentar las ventas en general: el de las ventas a crédito por medio de diversas formas, ente las que se destacan las llamadas tarjetas de crédito. Una elevada proporción de las ventas se realiza actualmente mediante la forma de ventas a crédito con una tendencia muy marcada hacia su aumento en grandes proporciones.

Las ventas a crédito son un recurso formidable de que están echando mano las grandes cadenas de establecimientos comerciales para incrementar sus ventas asegurar el dominio del mercado. Basta un pequeño enganche para adquirir en esos establecimientos cualquier producto, por caro que sea, y llevárselo a casa de inmediato; el resto, puede pagarse en abonos dentro de un plazo hasta de dos años. Existen también créditos revolventes que permiten a la clientela disponer de productos a medida que los desee e irlos pagando con abonos mensuales y repetir la operación de manera ininterrumpida.

Las tarjetas de crédito, por su parte, son expedidas por grandes instituciones, principalmente bancarias, que permiten al suscriptor adquirir a crédito mercancías y servicios en una amplia red de comercios, hoteles y restaurantes, no solamente en una localidad determinada, sino en todo el país y hasta en el extranjero. La deuda que contrae el beneficiario de la carta de crédito la cubre en la institución  que le expidió este documento en las condiciones establecidas, que pueden consistir en pagos totales o en abonos mensuales. A su vez la institución expedidora de las tarjetas cubre el importe de la deuda al acreedor, sin que éste tenga que ver con el cliente, pero descontándole a dicho acreedor el 10% del importe de la deuda.

Como puede verse la tarjeta de crédito es un instrumento muy eficaz para aumentar las ventas de mercancías y de servicios, por las grandes facilidades que proporciona a los que las utilizan. Puede apreciarse, sin embargo, que constituyen un medio adicional de que disponen los grandes bancos para ampliar sus utilidades por el 10% que obtienen de parte de los establecimientos comerciales y de servicios en general, y por los intereses que cobran de los clientes al otorgarles crédito para cubrir las deudas en que incurren. De pasada, y ello también es muy importante, se estrechan los controles que las instituciones bancarias tienen sobre otros negocios al servir de canales para las operaciones que éstos realizan en base a las tarjetas de crédito.

De esta manera, nos vamos incorporando a la “sociedad de consumo”. Estamos asimilando las formas de los negocios de los Estados Unidos y de los países europeos, sus hábitos de consumo y también sus sistemas de desperdicio y de parasitismo social.

Los enormes desperdicios de recursos y esfuerzos que significan los cambios frecuentes de modelos de automóviles, televisores, radios, muebles de hogar, etc., etc., los “dictados de la moda” por demás caprichosos; el consumo de la creciente cantidad y variedad de productos superfluos; los enormes gastos de publicidad y de promociones de venta mediante “obsequios” que a la postre tienen que pagar los consumidores; los sobreprecios que conllevan las compras a crédito y los intereses que tienen que pagarse por estas compras, etc., constituyen una carga muy pesada para la sociedad en su conjunto, pero en especial para las clases populares sobre las que gravita en última instancia el uso irracional de la riqueza y el consumo parasitario de la clase capitalista y de la clase media.

La incorporación a “sociedad de consumo” está deformando también la estructura de la economía nacional, porque la orienta hacia la producción de artículos y de servicios de dudosa utilidad real, como resultado de los hábitos de consumo “de prestigio” que está generando.

En este proceso nos estamos convirtiendo en una sociedad de deudores enajenados en la adquisición de los productos que una cuidadosa e inteligente publicidad nos induce a adquirir, aunque no los necesitemos realmente y por lo que pagamos los precios que sea, ya que, al fin son a crédito. Muy pronto vamos a deber hasta la camisa y a estar atados tan fuertemente al banquero y al comerciante por deudas cada vez mayores, como lo estuvo el peón acasillado en tiempos de don Porfirio.♦

Ceceña, José Luis [1969], "En marcha impetuosa hacia la sociedad de consumo", México, Revista Siempre!, 857: 24-25, 26 de noviembre.