Produciendo artículos innecesarios, México irá al desastre!

¿Puede justificarse en un país con tantas carencias básicas y con un campesinado miserable, gastar tan elevada cantidad de millones en la producción de costosos automóviles, aparatos de televisión a colores, vinos, cigarrillos, cosméticos y perfumes? ¡eso es crimen y locura!

Industrialización anárquica y costosa.

El proceso de desarrollo industrial de nuestro país no se ha conformado a un Plan que fije metas concretas a alcanzar, los medios para lograrlo, criterios de selección de tecnologías más apropiadas, las interrelaciones con los otros sectores de la economía, especialmente con el agropecuario y el comercio exterior, y otros aspectos relevantes.

Aunque desde la Segunda Guerra Mundial la política gubernamental ha pretendido descansar en la industrialización como factor esencial del desarrollo económico nacional, a pesar de los cuarenta años transcurridos no se dispone de un verdadero Plan de Industrialización. Existen, sí, una serie de disposiciones legales y administrativas tendientes a estimular el desarrollo industrial, y también se han creado una serie de organismos e instrumentos con igual propósito, pero ese esfuerzo ha sido poco sistemático, ha carecido de cohesión interna, fragmentario, con frecuencia contradictorio, y sobre todo, no se ha nutrido en una doctrina económica y política clara y sustentada en la realidad económica social y política del país, ni de manera consecuente en las aspiraciones de independencia y justicia social de la Revolución Mexicana.

Podría argumentarse, en un afán apologético que no quiere ver la realidad, que la ausencia de un Plan de Industrialización no ha sido obstáculo para el crecimiento del valor de la producción manufacturera a un ritmo considerablemente alto. Esta forma de ver las cosas, que por desgracia está bastante generalizado, en buena parte porque así conviene a los intereses de los inversionistas que son alérgicos a cualquier Plan que en alguna forma limite su libertad irrestricta de acción, no solamente es equivocado sino perjudicial en extremo, porque el costo social del aumento logrado en el sector industrial ha sido muy elevado y porque se ha llegado ya a un punto en que el futuro crecimiento se encuentra en entredicho, por las bases tan débiles en que se sustenta y los grandes problemas que tiene ante sí. Veamos algunos aspectos concretos del problema que no dejarán lugar a dudas.

Uno de los principios básicos que ha normado la política de industrialización en nuestro país es el de sustituir importaciones, es decir, producir los artículos industriales de fuerte consumo en lugar de importarlos. Este principio encuentra su justificación en las ventajas que se derivan de crear nuevas fuentes de trabajo e ingresos, utilizar materias primas de producción nacional con lo que se propicia el desarrollo agropecuario y minero, dar una aplicación productiva a capitales ociosos o dedicados a fines especulativos o de menor importancia, y también ahorrar divisas para contribuir a mantener el equilibrio económico con el exterior.

Sobre las ventajas señaladas, la política de sustituir importaciones constituye el camino más directo, expedito y viable en la etapa de arranque del proceso de industrialización, porque se apoya en la existencia de un mercado interno considerable, ya formado, lo que da una seguridad completa a la inversión que se realice para ese fin, además de que en general no requiere de capitales desproporcionadamente grandes, ni de una tecnología de nivel inaccesible para el país.

La política de sustitución de importaciones ciertamente ha tenido como resultado la creación de un considerable número de establecimientos industriales que han elevado el valor de la producción industrial y ha permitido producir en el país innumerables productos que antes se importaban. Gracias a ella la economía nacional ha ido modificando su carácter agropecuario y minero, para transformarse progresivamente en una de tipo industrial.

Sin embargo, la sustitución de importaciones ya está llegando a un punto en que ha agotado sus principales líneas de desarrollo y expansión, y por lo tanto sus posibilidades de servir de base al proceso de industrialización. Para el futuro el desarrollo de las manufacturas tendrá que requerir inversiones mucho mayores y tecnologías de más alto nivel, que requerirán de mercados de mayor magnitud que en los actuales momentos no existe ya formados y que por lo tanto tendrán que crearse con el impulso industrializador y de desarrollo general, y muy probablemente requerirán de grandes esfuerzos para colocar en el exterior parte de la producción. Esto significa que las nuevas inversiones industriales tendrán mayores obstáculos y riesgos que las hasta ahora realizadas, lo que hará necesario que se busquen nuevos caminos para proseguir el desarrollo industrial, caminos que no son fáciles de encontrar y desde luego no van a surgir de manera espontánea.

Por otra parte, la forma y los medios que se han utilizado para llevar adelante la política de sustitución de importaciones han adolecido de series deficiencias, de innumerables inconsistencias, y de falta de una orientación clara y precisa, que han propiciado serias deformaciones en nuestro desarrollo industrial, que han elevado innecesariamente el costo nacional del esfuerzo industrializador y que ha creado problemas considerables.

El desarrollo industrial ha sido visiblemente anárquico, por la falta de un Plan de Industrialización (y de desarrollo general). Podría afirmarse que no ha habido siquiera una verdadera política de industrialización bien estructurada y coherente. Crear industrias sin ton ni son, sin Plan solamente porque tienen mercado y porque producen buenas utilidades no significa industrializarse y mucho menos puede considerarse qué es lo que el país requiere. Y esto es lo que ha sucedido en México en una medida muy importante, de donde se derivan muchos de los mayores problemas actuales que aquejan a nuestra industrialización.

El proceso anárquico de sustitución de importaciones ha llevado a la creación de muchas industrias de ensamble, de “tornillo”, de etiquetado, incompletas, que solamente se ocupan de los procesos finales de elaboración. Estas “industrias” incorporan muy poco trabajo nacional a los productos elaborados y siguen dependiendo fuertemente del exterior en el suministro de partes, materiales, etc., con lo que no contribuyen sino en escasa medida al ahorro de divisas, ni elevar el valor real generado en el proceso industrial. La falta de Plan ha ocasionado también el mantenimiento y agudización de una estructura de producción y de consumo deformada que absorbe recursos de capital que deberían ser utilizados en industrias básicas que fortalecen una estructura industrial sana y sólida. Así, como el consumo de cigarrillos es elevado, se crean industrias y se amplían las existentes en proporciones exageradas e inconvenientes. Una sola empresa cigarrera, La Moderna, filial de una gran firma norteamericana tuvo ventas de 1, 218 (millones de pesos, con utilidades netas de 100 millones, en 1969); se han multiplicado las empresas productores de automóviles, televisores y radios, de vinos y licores, de perfumes, y cosméticos, etc., etc.

Frente al gran desarrollo de industrias de importancia secundaria, se han rezagado o no se han creado algunas de tipo básico que son indispensables para dar solidez e impulso al desarrollo industrial, tales como las de producción de máquinas en general, de máquinas herramienta, de química básica, etc., etc.

Los medios utilizados también han adolecido con frecuencia de serias deficiencias y de una orientación conveniente. Como se sabe para fomentar el desarrollo industrial el Gobierno ha dado una serie de facilidades a los inversionistas consistentes en franquicias fiscales, en protección arancelaria, de disponibilidad de crédito, de fijación de precios elevados a los productos, etc., etc. De esta manera los inversionistas, sobre todo los grandes, han disfrutado de condiciones inmejorables para obtener utilidades cuantiosas, sobre la base de un mercado cautivo que tiene que pagar precios exageradamente altos. Esta política de protección a los industriales no solamente ha gravitado sobre los consumidores en general, sino a los sectores productivos, especialmente al agropecuario, al establecerse una industria productora (con frecuencia sólo ensambladora) de medios de trabajo tiene que soportar precios mucho mayores que los que pagaba por el producto importado. Esto ha sucedido con la producción de camiones, de tractores, de implementos agrícolas, de insecticidas, etc., etc., con el consiguiente perjuicio para los productores agropecuarios. Productos básicos como el acero alcanzan precios de un 30 a un 50% más elevados que en el exterior; los camiones y tractores se encuentran en una situación semejante y los automóviles, aparatos de televisión y radio, los refrigeradores, estufas, lavadoras, etc., algunos de los cuales llegan a tener precios del 100% más elevados que en el exterior. No queremos decir que no se justifique que para fomentar el desarrollo industrial en la etapa crucial de arranque se tengan que pagar precios mayores que en el exterior, por las diferencias de productividad, pero lo que está pasando en México rebasa los límites justos y convenientes.

Otro de los grandes problemas que se han derivado de la falta de un Plan de Industrialización es el de la proliferación de empresas industriales en las distintas ramas productivas. En la industria automotriz existen en México 9 empresas cuando bastaría una sola para surtir el mercado (en los Estados Unidos y en los principales países industrializados operan cuatro o cinco empresas, para atender un mercado muchísimo mayor); en la producción de tractores contamos con 5 empresas, cuando una sola sería más que suficiente; en la producción de televisores, radios, estufas, etc., etc., existe una situación semejante y aún más desfavorable. Esta proliferación significa un enorme desperdicio de capitales y costos de producción unitarios muy altos, que da por resultado los precios tan elevados que tiene que pagar el consumidor nacional.

Finalmente, la falta de una proyección realmente nacionalista ha dado por resultado la subordinación de nuestro desarrollo industrial a los intereses de las grandes firmas del exterior que se han proliferado en los últimos años en las ramas básicas de nuestra industria. Se ha olvidado, o no se ha aplicado una política firme al respecto, que no basta con crear industrias sino que es vital que esas industrias sean propiedad nacional y no extranjera. Que el desarrollo industrial y económico en general debe tener como una de sus metas esenciales el servir para fortalecer la independencia económica del país. Si se descuida este factor, la industrialización nos hará más dependientes, y ello significará un peligroso retroceso en nuestro deseo de progresar y de ser dueños de nuestro presente y nuestro futuro. Más vale un poco más pobres pero independientes, que un poco más desarrollados, pero subordinados a intereses del exterior.

Los comentarios anteriores nos llevan a la conclusión de que la anarquía y desorientación que hasta ahora ha existido en nuestro desarrollo industrial, debe ser superada cuanto antes mediante la elaboración de un Plan Económico que se inspire en una doctrina que haga realidad los postulados de la Revolución Mexicana de lograr mejores condiciones de vida para el pueblo y de fortalecer la independencia económica.♦

Ceceña, José Luis [1970], "Produciendo artículos innecesarios, México irá al desastre!", México, Revista Siempre!, 867: 22-23, 4 de febrero