Nixon la apuntala con un discurso y una quiebra la sacude otra vez.
El presidente Nixon habló de la “Transición de una economía de guerra a una economía de paz”, prometió una mayor acción gubernamental para combatir la inflación y detener la caída de los negocios; ofreció ejercer su poder persuasivo con los hombres de negocios y liíderes obreros para lograr un estricto control de los precios y de los salarios. La bolsa de valores reaccionó al alza.
Pero el gigantesco sistema ferroviario Penn Central, con cerca de 7 mil millones de dólares de recursos, se declaró en bancarrota; la guerra y el armamentismo no son instrumentos milagrosos para evitar la crisis; tampoco el móvil del lucro es capaz de resolver los problemas de la sociedad.
Nerviosismo e incertidumbre siguen caracterizando al mundo de los negocios de los Estados Unidos, por la persistencia de signos desfavorables en la actividad económica. La Bolsa de Valores de Nueva York, antena extremadamente sensitiva del estado de la economía, y que ejerce el liderazgo no solamente en los Estados Unidos, sino en todo el Mundo Occidental por su enorme importancia, está dando muestras de gran inestabilidad: reacciona rápidamente hacia arriba o hacia la baja ante cualquier acontecimiento económico o político, aunque con una franca tendencia bajista.
Cuando el Presidente Nixon se reunió el 27 de mayo, con un grupo de los más importantes personajes de las altas finanzas y de la industria para discutir la política que debería seguirse ante la inflación (elevación persistente de los precios) y la recesión (baja en la actividad económica) la Bolsa de Valores de Nueva York reaccionó al alza con intensidad, al grado de que se recuperó de las bajas que venía registrando en los últimos meses.
La recuperación de la bolsa, sin embargo, fue de corta duración volviendo a dar muestras de inestabilidad y de tendencia bajista. Vino entonces el esperado discurso del Presidente Nixon, el 17 de junio, sobre la política económica que su gobierno se proponía aplicar para lograr dos objetivos a la vez: controlar la inflación y evitar la recesión. Aunque la política anunciada no correspondió a lo que se esperaba, el anuncio de una orientación hacia una economía de Paz y la reiteración de que el Gobierno no procedería a establecer una mayor regimentación de la economía y que se mantendría alerta ante la marcha de la economía fueron suficientes para que renaciera el optimismo en el sector inversionista. Como consecuencia de ello la Bolsa de Vnalores se reactivó, mejorando las cotizaciones y aumentando la cuantía de las transacciones con valores. Pero, de nuevo, la reacción fue transitoria y de poca intensidad.
Un gigante que se desploma y en su caída causa estragos
Apenas se había logrado cierto mejoramiento en el ambiente de los negocios y en las actividades de la Bolsa de Valores, cuando la quiebra de una de las más grandes empresas de los Estados Unidos, la compañía ferroviaria número uno del país, Penn Central Co., volvió a sacudir a la Bolsa de Valores de Nueva York y a aumentar la incertidumbre y el nerviosismo en el mundo de los negocios.
La empresa Penn Central Co., resultó de la fusión llevada a cabo en febrero de 1968 de las dos más importantes compañías ferroviarias de los Estados Unidos; Pennsylvania Railroad y Gran Central Co. Esta fusión, la de mayor escala en la historia de la Unión Americana fue autorizada por el Gobierno porque las dos empresas mantenían una permanente y aguda competencia que resultaba perjudicial para la redituabilidad de ambas negociaciones. Con la fusión se concentró en una sola empresa, la Penn Central Co., recursos por valor de cerca de 7,000 millones de dólares, el dominio sobre alrededor de 64,000 kilómetros de vías que se extienden por 16 importantes estados de ese país.
A pesar de la fusión, el Penn Central no mejoró su situación financiera, y por problemas de dirección, pero sobre todo, por la ruinosa competencia de otros medios de transporte sus operaciones fueron de mal en peor, situación que se vino a tornar desesperada con la recesión en los negocios de los últimos meses. Las pérdidas se fueron elevando al grado de que en los tres primeros meses del presente año han alcanzado la enorme cifra de 50 millones de dólares. En tales condiciones la empresa fue cayendo en un continuo y creciente endeudamiento con el sistema bancario del país, que en la actualidad asciende a 2,600 millones de dólares. La carga de los pagos de capital e intereses se han hecho insoportables para la empresa, pues solamente en este año tiene vencimientos que ascienden a cerca de 700 millones de dólares.
Ante las crecientes dificultades, el Penn Central Co., solicitó ayuda gubernamental en la forma de un aval para obtener créditos de la banca por valor de 200 millones de dólares, con el objeto de refinanciar su deuda de inmediato vencimiento, aunque el gobierno en un principio declaró públicamente que garantizaría los créditos solicitados por la empresa, por ser de interés nacional hacerlo, de manera inesperada anunció a finales de la semana pasada que no otorgaría el aval correspondiente.
La negativa del Gobierno seguramente se debió a la fuerte oposición al conocerse la noticia de la aceptación del gobierno para garantizar los créditos bancarios de 200 millones de dólares solicitados por la empresa. La oposición procedió tanto de ciertas esferas oficiales, como de otros sectores. Por una parte, un importante grupo del Congreso Norteamericano, perteneciente al Partido Demócrata hizo saber al gobierno que consideraba que el otorgamiento del aval podría ser ilegal, y que además, que no veía con simpatías la solicitud hecha por el Presidente Nixon al Congreso para que lo autorizaran a utilizar una partida de 750 millones de dólares, tomados del presupuesto de la Defensa, para ayudar a varias compañías ferroviarias que se encuentran en serías dificultades. También se consideró que los recursos del gobierno no alcanzarían para atender las solicitudes que se plantearían por una serie de otras empresas que se encuentran con problemas financieros con motivo de la recesión.
Por otra parte, se estaba provocando un verdadero escándalo al saberse que altos funcionarios del Gobierno y personajes allegados a la Administración tenían fuertes intereses en el Penn Central y que habían utilizado su influencia para lograr que el Gobierno aceptara otorgar su aval. Así, por ejemplo, se divulgó que es uno de los principales accionistas del Penn Central era Walter Annenberg, Embajador de los Estados Unidos en la Gran Bretaña; que uno de los principales acreedores de la empresa ferroviaria era el banco Continental Illinois de Chicago, que manejaba David Kennedy, antes de ser nombrado Secretario del Tesoro en el Gabinete del Presidente Nixon, y finalmente, que el Penn Central había contratado los servicios del Despacho de Abogados al que pertenecía Richard Nixon, antes de ser electo Presidente de los Estados Unidos, para que gestionara ante el gobierno el otorgamiento del aval para los créditos de 200 millones de dólares. (Datos tomados de “Newsweek”, junio 29 de 1970).
La negativa del gobierno Norteamericano de otorgar su apoyo al Penn Central precipitó la catástrofe: la empresa se vio obligada a solicitar la autorización correspondiente para declararse en quiebra.
La Bolsa de Nueva York se sacude y el dólar peligra
La noticia de la quiebra del Penn Central tuvo un impacto directo e inmediato en la Bolsa de Valores de Nueva York, cuyos efectos se extendieron rápidamente a las más importantes bolsas de valores del mundo y que también afectó a la cotización del dólar en el mercado de cambios de las principales plazas del mundo.
En las malas condiciones en que se encuentra la economía norteamericana, la quiebra del Penn Central puede provocar reacciones en cadena. Por lo pronto resultarán afectados los accionistas de la empresa, los proveedores de equipo, un amplio grupo de bancos, 77, y quizás los trabajadores. Luego puede repetirse la historia en otras compañías de ferrocarriles que se encuentran en dificultades. Y el fenómeno puede extenderse a otras ramas de la economía en donde muchas empresas se encuentran en dificultades. A manera de ejemplo, podemos citar el caso de la Lockheed, gran empresa constructora de aviones que afronta serias dificultades, y el de la Ling-Temco-Vought, Inc., uno de los mayores “Conglomerados” que se encuentra en la antesala de la quiebra. Y si los gigantes tienen dificultades ¿cómo se encontrarán las empresas medianas y las pequeñas?
Como puede verse, las fluctuaciones de la Bolsa de Valores de Nueva York (y de las demás), su gran inestabilidad, y sobre todo su tendencia bajista, no son producto en esta ocasión de la acción de especuladores que tratan de manipular y derivar fuertes ganancias de la noche a la mañana; se trata de los efectos de la agudización de la crisis económica (y social) en los Estados Unidos y en otros grandes países capitalistas. Las utilidades, nervio vital del sistema de empresa privada, siguen bajando, el desempleo aumenta; la producción desciende, y aunque pareciera paradójico, la inflación continúa su marcha ascendente.
Lo que anda mal, sin duda, es el propio sistema capitalista dominado por los monopolios. Cada vez se hace más evidente que el capitalismo monopolista no es capaz de asegurar un alto nivel de actividad económica de manera más o menos continua, ni de generar los empleos suficientes para que la clase trabajadora tenga una ocupación segura y justamente remunerada, y mucho menos de asegurar condiciones de Paz para los pueblos del mundo. Y que la situación se torna cada vez más difícil lo demuestra el hecho de que ya ni los fabulosos gastos de guerra y de producción armamentista son capaces de hacer el milagro. La verdad es que solamente una economía de paz, en función de la satisfacción de las necesidades populares, puede resolver los problemas contemporáneos. Y ello, no es posible mientras el capitalismo monopolista domine el escenario.♦