Los mercaderes de la muerte. La guerra, los negocios y el pueblo

 

De nuevo los nubarrones de una guerra mundial están ennegreciendo los horizontes del mundo. La tensión mundial se está agravando sensiblemente y las guerras locales parecen ir degenerando en una guerra generalizada, que a su vez puede convertirse en una guerra nuclear. Como lo han afirmado estadistas, militares y hombres de ciencia de todo el mundo, la guerra nuclear sería la destrucción en masa de centenares de millones de habitantes.

Una idea aproximada del poder destructivo de los modernos medios de destrucción nos la proporciona Linus Pauling, Premio Nobel, en su libro "No more war" (No más guerras). Los resultados seguros de un ataque de un solo día con armas nucleares con potencia total de 2 500 megatones, sobre una población de 175 millones de habitantes serían los siguientes: de inmediato 42 millones de muertos y 66 millones de heridos. Para el séptimo día, morirían 17 millones de los que habrían quedado heridos en el primer día del ataque. Para el decimocuarto día, morirían otros 12 millones de los heridos y para el sexagésimo día morirían otros 12 millones más. Un ataque de un día con 2 500 megatones causaría en el lapso de 60 días, un total de 83 millones de muertos.

Otro Premio Nobel, el célebre filósofo inglés, Bertrand Russell, ha indicado que el desastre sería mucho mayor todavía, en virtud de que un ataque nuclear de esa magnitud destruiría plantas industriales, sistemas de transporte, sistemas de agua potable y de alcantarillado, hospitales, almacenes de víveres y de otros productos, etc., etc., con lo que la situación de los heridos y también de los que "por fortuna resultaran ilesos" sería extremadamente difícil y provocaría epidemias, hambres y otras calamidades, que contribuirían a diezmar más la población.

Tal es la magnitud del peligro que amenaza a la humanidad. La existencia misma del género humano se encuentra en peligro.

Los mercaderes de la muerte

¿Qué fuerzas empujan a la humanidad hacia la hecatombe? ¿Quiénes están interesados en atizar la hoguera y mantener al mundo en una tensión permanente, en una psicosis bélica que puede desembocar en una conflagración mundial de proporciones catastróficas? ¿Quiénes son los "mercaderes de la muerte?

Las fuerzas que ahora empujan al mundo hacia su posible destrucción son las mismas que lo llevaron en 1914 y en 1939 a luchas armadas que costaron millones de muertos y destrucción material en gran escala.

Esas fuerzas no son otras que las representadas por los intereses monopolistas de las grandes potencias, que quieren mantener y ampliar su control sobre las riquezas y los mercados del mundo. Esos intereses entran en conflicto entre sí y desencadenan guerras interimperialistas.

En la época actual, los conflictos se presentan con un ingrediente nuevo: los pueblos se están rebelando contra el saqueo de sus recursos y la opresión extranjera. Por eso el conflicto actual tiene el carácter de lucha de las fuerzas monopolistas contra los intereses nacionales y populares.

A la cabeza de las fuerzas belicistas se encuentra el gobierno y los grandes monopolios de los Estados Unidos. Estos han llegado a expansionarse por el mundo a tal grado que han dejado atrás, a gran distancia, a las otras potencias capitalistas, y se puede decir, con mayor razón que en el caso del antiguo Imperio Español, que "en sus fronteras no se oculta el sol".

El gobierno y los monopolios

Con el desarrollo de los monopolios norteamericanos se ha producido una interpenetración con el gobierno de ese país. Magnates del petróleo, del acero, de los automóviles, de la banca, etc., ocupan posiciones de primera importancia en el gobierno, desde asesorías en puntes clave, hasta posiciones en el propio gabinete. A su vez, importantes funcionarios del gobierno dejan sus posiciones para pasar a puestos directivos en grandes empresas privadas.

Desde finales del siglo pasado, ya se veía con claridad este fenómeno. Se fue intensificando con el tiempo, con excepciones temporales como en la época de Roosevelt, hasta llegar ahora a una situación en que es difícil precisar la frontera entre el sector de los grandes negocios y el gobierno. Existe entre ellos una trabazón tan estrecha que se puede considerar que son una y la misma cosa.

Algunos ejemplos servirán para ilustrar el caso.

Administración Truman: Secretario de la Defensa, Robert A. Lovett, de la firma Brown Brothers and Harriman, con importantes inversiones en la New York Life Insurance, en la North American Aviation, en el Union Pacific Railroad y en otras más; Secretario de Comercio, W. Averel Harriman, de la misma firma Brown Brothers and Harriman; Secretario de Agricultura, Clinton P. Anderson, del mayor monopolio algodonero del mundo (y de México).

Administración Eisenhower: Secretario de Estado, John Foster Dulles, de la firma Dillon Road and Co., con inversiones en la United Fruit Co. y en otras grandes empresas; Secretario de la Defensa, Charles E. Wilson de la General Motors Corp. y luego Neil H. Me Elroy, de la General Electric Co.

Administración Kennedy: Secretario de Estado, Dean Rusk, de la Fundación Rockefeller Secretario de la Defensa, Robert S. McNamara, de la Ford Motor Co.; Embajador Especial del Presidente, W. Averell Harriman de Brown Brothers and Harriman.

Administración Johnson: Secretario de Estado, Dean Rusk; Secretario de la Defensa, Robert S. McNamara; Embajador Especial del Presidente, W. Averell Harriman.

A la lista por demás elocuente que hemos presentado, habría que agregar una larga serie de importantes cargos gubernamentales ocupados por destacados hombres de negocios. Asimismo, habría que considerar la influencia ejercida por la oligarquía a través de un sinnúmero de comités, comisiones, etc., que tienen una participación importante en la política exterior de los Estados Unidos.

Vale la pena destacar el caso del Comité de Política Exterior que tiene mucha de la responsabilidad del curso que sigue al gobierno en esta materia. El Presidente de este Comité es nada menos que John Mc Cloy, Presidente del banco más importante de Nueva York, el Chase Manhattan Bank (propiedad de los Rockefeller) y accionista de numerosas grandes empresas. Mc Cloy fue Alto Comisionado de los Estadas Unidos en Alemania al terminar la Segunda Guerra Mundial.

Figuran también en este Comité David Rockefeller, magnate petrolero y banquero, Philip D. Reed de la General Electric, Russel Leffingwell de la Casa Morgan y Allen W. Dulles, hermano de John Foster y jefe de la siniestra CIA (Agencia Central de Inteligencia).

Por su parte, funcionarios y militares de alto rango pasan a ocupar puestos importantes en las grandes empresas. Un caso típico lo constituyó el General Douglas Mc Arthur, que después de haber llegado al pináculo de su carrera militar durante la Segunda Guerra Mundial, al retirarse del servicio activo pasó a la Presidencia de la Remington Rand.

Un caso más lo proporciona la General Dynamics empresa que ocupa uno de los primeros lugares en los contratos de guerra (produce proyectiles teledirigidos, submarinos atómicos, etc.). Tiene en nómina a 186 oficiales militares retirados de alto rango, entre ellos a Symington, ex-Secretario de la Fuerza Aérea. También tiene a su servicio al "padre de la bomba H", Edward Teller (de origen húngaro y destacado belicista) a quien paga anualmente alrededor de 25 000 dólares por su asesoría técnica.

Finalmente, el caso de la General Electric viene a completar nuestra ilustración. Esta empresa ocupa a más de 26 ex-oficiales de alta jerarquía, entre los cuales figuran 7 ex-generales y almirantes. El más importante de ellos es el almirante William M. Fechteler que en la guerra de Corea fue Jefe de Operaciones Navales y después Jefe de las Fuerzas Aliadas del Pacto del Atlántico en Europa. La General Electric le paga 40 000 dólares anuales. Al mismo tiempo el almirante Fechteler recibe del gobierno Norteamericano una pensión de 12 000 dólares anuales.

Es fácil comprender ahora que los grandes monopolios sean importantes contratistas de órdenes militares y que sean partícipes de vitales secretos científicos militares de la nación. Los grandes monopolios se encuentran en el corazón mismo de las decisiones sobre producción de armamentos (incluidos desde luego los artefactos nucleares, proyectiles, submarinos atómicos, etc.) y la ejecución de esa política.

Se comprende que empresas de este tipo, que son las mismas que controlan el petróleo, el cobre, el plomo, zinc, estaño, caucho, metales preciosos, industrias básicas, servicios de transporte, negocios, bancarios etc., etc., en los cinco continentes, tengan un marcado interés en influir en la política exterior de los Estados Unidos. Evidentemente lo hacen y hasta ahora han tenido éxito en encauzarla hacia el dominio mundial y el aplastamiento de los movimientos nacionalistas de los pueblos asiáticos, africanos y de la América Latina.

La política exterior de los Estados Unidos huele a petróleo y a azufre. Y se lleva adelante por el mandato de los monopolios norteamericanos, aun a costa de crear resentimientos y odios por doquier. John Foster Dulles lo dijo con todo cinismo: "los Estados Unidos no buscan amigos sino defender sus intereses". Y el Presidente Johnson atrapado dentro de la apretada red de los intereses monopolistas -y no los del pueblo norteamericano- ha declarado que en Vietnam seguirán adelante (en su aventura de intervención en los asuntos internos de ese pueblo) aunque signifique "más lágrimas y sangre".

Contra la guerra

Ante la grave situación que están creando los monopolios norteamericanos, por su apetito insaciable de dominación mundial, el deber de todo ciudadano consciente es el de luchar por todos los medios posibles contra la histeria belicista y por la paz. Nadie se beneficiaría ‑quizás ni los mismos monopolistas- con una guerra nuclear. En cambio, los perjuicios para la sociedad humana serían incalculables.

La lucha contra la guerra puede revestir variedad de formas, pero la fundamental consiste en defender en forma intransigente el derecho de los pueblos a auto-determinarse y de que manejen ellos mismos sus riquezas para asegurar su bienestar creciente.

Ceceña, José Luis [1965], "Los mercaderes de la muerte. La guerra, los negocios y el pueblo", México, Revista Siempre!, 633: 20-21, 11 de agosto.