Para vigorizar su política colonialista y para dar más altos niveles de vida a su población las grandes potencias son ahora esclavas de una gran carrera armamentista.
Las guerras son consideradas por algunos círculos interesados como “males necesarios” inevitables, que aunque ocasionan grandes destrozos y sufrimientos han sido sin embargo, factores que han contribuido al progreso de los pueblos porque han estimulado la actividad económica, han impulsado la investigación científica y el desarrollo tecnológico.
El argumento a favor de la guerra, como factor benéfico es apoyado con nutridas estadísticas que “muestran” que la guerra ha elevado las cifras de producción, de empleo y de ingresos de las naciones. Como caso sobresaliente se presenta el de los Estados Unidos que a través de su historia ha participado en una larga serie de conflictos armados los que han constituido potentes palancas de su desarrollo.
Así, una de las primeras grandes aventuras expansionistas de los Estados unidos que tuvo lugar a mediados del siglo pasado; la intervención en México (o como nuestros vecinos suelen llamarla, la Guerra de México), produjo una verdadera revolución económica en los Estados Unidos. Las cifras de producción industrial y de actividad económica de ese país se elevaron notablemente en el lapso del conflicto armado y sirvieron de base para una expansión posterior.
La intervención armada en México constituyó, para los Estados Unidos, un punto crucial. Derrotado el vecino del Sur, los Estados Unidos se colocan en el primer plano en el escenario económico y político del Nuevo Mundo.
Pero la expansión territorial de los Estados Unidos a costa de México y el fortalecimiento económico propiciado por la guerra de intervención, que favoreció a la naciente clase gobernante de industriales, comerciantes, banqueros y “ranchers”, asestó un tremendo golpe al desarrollo de México. Nuestro país estuvo al borde de su desintegración como país independiente, y a todas luces fue un episodio desafortunado y doloroso para nuestro pueblo.
Viene después, a finales del siglo, la guerra con España; las cifras de la actividad económica de los Estados Unidos saltan a niveles elevados por el estímulo del conflicto. Las grandes empresas crecen todavía más. Un nuevo jalón en el desarrollo de ese país y una expansión territorial de grandes proporciones, no obstante las reiteradas declaraciones de que la guerra contra la España imperialista tenía el propósito de ayudar a las colonias a obtener su independencia.
Pero otra vez los grandes beneficios de la guerra para los Estados Unidos, tienen como contrapartida la destrucción y el sufrimiento de otros pueblos que cambian de amo: Puerto Rico, Filipinas y Cuba entre los más importantes.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial se crean de nuevo condiciones propicias para que los grupos oligárquicos de los Estados Unidos deriven de ella grandes beneficios. Primero como importantes proveedores de alimentos y aprovisionamientos militares y luego, ya como beligerantes, con la aportación de soldados y armamentos. La actividad económica se acelera, se multiplican las fábricas, se estimula la producción agropecuaria y desde luego, se desarrolla una gran industria militar. La oligarquía aumenta su poder interno y se lanza con mayores bríos hacia el exterior.
A la hora del reparto, los Estados Unidos y sus monopolios reciben su compensación ampliando considerablemente los territorios bajo su dominio e influencia, territorios que lejos de beneficiarse en términos económicos o políticos (obtener su independencia, por ejemplo) solamente cambiaron de explotador y siguieron en su situación de colonias o semi-colonias.
En la Segunda Guerra Mundial vuelven los Estados Unidos a tener participación activa en el conflicto y con ello sus monopolios se beneficiaron enormemente. Puede decirse que en este conflicto los Estados Unidos y sus monopolios fueron los únicos beneficiados. No sufrió en su propio territorio destrucción alguna y aún en el aspecto de pérdidas humanas sus bajas fueron relativamente reducidas, comparándolas con las de los otros países involucrados en el conflicto.
De la Segunda Guerra Mundial los Estados Unidos salieron enormemente fortalecidos, con una capacidad productiva fabulosa y con una esfera de dominio y de influencia extendida a los 5 continentes. Se constituyó en líder indiscutible de los países capitalistas. Sobre esta base los Estados Unidos registraron una expansión económica política y militar de proporciones gigantescas.
Debemos dejar claramente establecido que las grandes destrucciones ocasionadas por la guerra no pueden atribuirse como responsabilidad de los Estados Unidos. Solamente indicamos que si bien la guerra fue un poderoso estímulo para la actividad económica y fortaleció a los Estados Unidos como país capitalista convirtiéndolo en el líder occidental, ese desarrollo y ese estímulo tuvo como contrapartida destrucciones materiales y humanas de proporciones colosales.
Los gastos militares... instrumento milagroso
En el período de la posguerra se ha vivido en una situación casi permanente de preparación militar. Tal estado de cosas es resultado esencialmente de dos factores: el primero es el de la agudización de las luchas de las colonias y semi-colonias por su independencia política y por mejorar sus niveles de vida y el segundo es la incapacidad de los grandes países capitalistas para mantener altos niveles de ocupación y de producción. Es decir, más y más, los gastos militares, el armamentismo, se están haciendo necesarios dentro de las condiciones presentes, para lograr esos objetivos.
De esta suerte, el gobierno de los Estados Unidos y los grupos monopolistas más poderosos de ese país han encontrado en los gastos militares un instrumento “milagroso” que les permite “matar dos pájaros de un tiro”; mantener y ampliar su poderío militar y económico por una parte, y lograr un alt o nivel de la actividad económica, por la otra.
Pero al convertir el armamentismo y los cuantiosos gastos que ello origina en una palanca indispensable para estimular la actividad económica y asegurar empleo e ingresos a la población, los grupos oligárquicos y su gobierno, han encontrado también un poderosísimo instrumento de propaganda a favor de los gastos militares y de la guerra.
El apartado publicitario de que disponen, sin duda de gran efectividad porque utilizan todos los medios científicos para influir sobre la opinión pública, se encarga de llevar a la conciencia de los trabajadores, campesinos, empleados, etc., etc., la idea de que es necesario gastar enormes cifras en armamentos para mantener el trabajo y los ingresos de todos ellos. Y martillean a la opinión pública con el argumento de que es conveniente para el pueblo, para su propio bienestar, utilizar miles de millones de dólares en la construcción de cañones, armas nucleares, aviones, etc.
Con esta inteligente propaganda (lo menos que les falta es talento) reducen y hasta anulan el sentimiento anti-belicista del pueblo, al atemorizarlo con el espectro de que si no se gastan sumas fabulosas en la preparación militar, se corre el riesgo de que se produzca una crisis catastrófica como la de 1929 o aún mayor, con lo que de nuevo el pueblo norteamericano se vería en la situación de perder un trabajo y tener que depender de la ayuda gubernamental para apenas subsistir.
Las cosas han sido llevadas a tal extremo que se han invertido los valores; en lugar de que se manifieste el temor al “estallido de la guerra” se está creando más y más el temor al “estallido de la paz”. En esta forma, los grupos oligárquicos de los Estados Unidos están venciendo la natural resistencia de su pueblo al armamentismo y a la política belicista, con la falacia de que los gastos militares son indispensables para asegurar el bienestar general de la población.
Las armas nucleares ¿antídoto de la guerra mundial?
El armamentismo y los grandes gastos militares que ocasionan no pueden continuar en forma indefinida, mucho menos ahora que se dispone de armas nucleares de un poder de destrucción que rebasa la imaginación humana. Unos países se arman y ello lleva a otros a hacer lo mismo. Y las armas ya producidas son una amenaza constante y una tentación para los militares empujados por los monopolistas que pueden utilizarlas en un momento dado. Y si lo hacen, los pueblos serán las víctimas directas porque se producirá una destrucción masiva de pueblos enteros.
No. La guerra debe ser proscrita, los pueblos deben oponerse a ella con energía. De raíz debe eliminarse el peligro de guerra. Los gastos militares y el armamentismo, sobre todo de armas nucleares, deben desaparecer. El bienestar de los pueblos no depende de la tensión y de la psicosis de guerra. Con el “estallido de la paz” no se producirá una catástrofe. Por lo contrario, la felicidad del hombre sólo podrá lograrse con el respeto mutuo y con el aseguramiento de la paz. Pero para que ello sea así, será menester que el pueblo de los Estados Unidos, se decida a oponerse al domino de la oligarquía que los está llevando a su destrucción. En lugar de gastos en armamentos el dinero del pueblo debe ser utilizado en mayor producción de bienes y de servicios para mejorar las condiciones de vida de toda la población. Alimentos, vestidos, servicios municipales, escuelas, bibliotecas, la investigación científica, sanatorios y mil cosas más pueden y deben ser el destino de los cuantiosos recursos y energía de la población.
Este es el único camino sano que asegurará trabajos para todos, y que podrá eliminar el peligro de las crisis y de la destrucción de la Humanidad. Pero esto no podrá lograrse dentro de las condiciones presentes de dominio de los monopolios. Solamente será dable lograrlo con la participación activa del pueblo en el gobierno y en la economía de sus propios países.♦