¡Oro, a cambio de cuentas de vidrio!

 

No menos de 7 organismos intervienen en el comercio exterior,  por ello, los trámites son lentos y costosos; para poner fin a tanta contradicción hay un solo camino: imponer la unidad de mando.

Cuando los españoles llegaron a nuestras tierras iniciaron un tipo de intercambio que consistió en recibir oro indígena a cambio de cuentas de vidrio y baratijas. Este tipo de intercambio, evidentemente injusto y bucanero, caracterizó las relaciones comerciales que la metrópoli impuso a la colonia. España nos convirtió en una colonia productora de minerales y productos agrícolas para la exportación, los que pagó a precios bajos, y en un mercado seguro para productos manufacturados, cargados a precios elevados. En este intercambio, España obtenía la parte del león y la Nueva España la del cordero. Este tipo relaciones corresponden a las que se establecen entre las metrópolis y sus colonias; son relaciones de dominio del fuerte sobre el débil, no equitativas, sino de explotación y despojo, que enriquecen al fuerte y empobrecen al débil; se trata de un tributo disfrazado, pero no menos real y oneroso.

La lucha de la independencia nos desligó del dominio político de España, pero nuestra economía siguió siendo atrasada, esencialmente productora y exportadora de materias primas e importadora de productos manufacturados. Seguimos así con el mismo tipo de intercambio desigual e injusto, vendiendo nuestra producción, de tipo primario, sin mayor proceso de elaboración, a precios bajos y adquiriendo productos manufacturados de alto precio. En la práctica, continuamos viviendo bajo un régimen económico muy similar al de la Colonia, y seguimos pagando tributo disfrazado a los países fuertes que dominaron nuestro comercio y nuestra economía.

El desarrollo económico que se registró durante el largo período del gobierno de Porfirio Díaz (que fue estimulado desde fuera por grandes inversiones de los Estados Unidos y de Inglaterra, principalmente, países que se encontraban en un franco proceso expansionista), acentuó las características de nuestro país de economía atrasada, proyectada hacia fuera. Convertida nuestra economía ahora en apéndice de las economías norteamericana e inglesa, se especializó en la producción de un grupo de productos primarios, agropecuarios y del subsuelo según lo dictaban las necesidades del desarrollo de esos países. No quedó lugar para el desarrollo industrial, puesto que el producto del trabajo de los mexicanos iba a beneficiar a los extranjeros que aumentaron su riqueza y éstos no tenían interés sino en desarrollar en México las actividades primarias que les permitieron abastecer sus fábricas y el mercado de sus propios países. En vísperas de la Revolución, y a pesar de los logros alcanzados en ciertas líneas productivas y de servicios, el país se mantenía esencialmente atrasado, con muy escaso desarrollo industrial y pagando fuertes tributos disfrazados a los Estados Unidos y Europa.

La Revolución Mexicana se explica, fundamentalmente, por la situación de atraso económico y la dependencia respecto al exterior en que vivía el país, y la determinación de transformarlo económica y socialmente, impulsando el desarrollo con base en la industrialización y haciéndolo independiente respecto al domino de intereses extranjeros. En las cinco décadas transcurridas los esfuerzos desplegados en esta dirección han sido de gran envergadura y han permitido lograr importantes avances que están a  la vista de todos. Es indispensable, sin embargo, redoblar esos esfuerzos, depurar y afinar las políticas y mantenernos firmes en la decisión de impulsar el desarrollo independiente del país, para beneficio de la población mexicana. En este sentido existen una serie de problemas que debemos atacar, con toda firmeza porque los intereses creados de dentro y de fuera son muy poderosos. Nos enfrentamos a una serie de problemas que deben ser resueltos so pena de detener o frenar nuestro progreso. De ellos destacaremos algunos de los más importantes.

Continuamos pagando tributo a los poderosos

Las ventas que realizamos al exterior están compuestas todavía en una alta proporción, de productos primarios, no obstante algunos progresos logrados en los últimos años. Las compras, en cambio, están representadas principalmente por productos manufacturados, aunque se observa una creciente proporción de bienes de producción, lo cual es favorable. Desde luego que esta estructura de nuestro comercio con el exterior refleja la composición de nuestra producción, todavía dedicada en medida importante a actividades primarias. Al vender productos primarios y adquirir productos manufacturados seguimos sujetos al pago de ese tributo disfrazado a que nos hemos referido: vendemos productos primarios y baratos y compramos productos manufacturados caros. Mientras que los precios de productos que exportamos han ido reduciéndose en forma secular, y con fluctuaciones frecuentes, los precios de los productos que importamos han ido subiendo en forma sostenida. De este movimiento de precios resulta que cada vez vendemos más barato y tenemos que comprar más caro. Tenemos así una pérdida neta que significa que para comprar en el exterior lo mismo de ayer, tenemos hoy que dar más productos. Es a todas luces un intercambio inequitativo que nos perjudica y que constituye un freno para nuestro desarrollo, ya que estamos regalando nuestro trabajo en forma creciente. De ahí se derivan, principalmente los fuertes déficit de nuestro comercio exterior.

Gastamos nuestra pólvora en... automóviles

Las compras al exterior han registrado una persistente tendencia ascendente. En 1964 el incremento respecto al año anterior fue del 20%. Es cierto que una parte importante de las importaciones corresponde a bienes necesarios para el desarrollo, como maquinaria, equipo, vehículos de carga, etc., pero algunos renglones que no tienen ese carácter, alcanzan cifras alarmantemente altas. El caso sobresaliente es el de los automóviles de pasajeros, que en 1964 se elevó a más de 100 000 unidades con un valor de 1 200 millones de pesos. Esto sin contar las importaciones de refacciones que alcanzan también una alta cifra. Es evidente que un país como México no puede darse el lujo de gastar sumas tan elevadas en automóviles (muchos de los cuales sólo sirven para satisfacer la vanidad de los millonarios), cuando tenemos necesidades vitales, que no logran satisfacerse adecuadamente. Además del renglón de automóviles llama la tensión la compra en el exterior de fuertes sumas de tabaco en rama, 75 millones de pesos, de leche condensada en polvo, 103 millones, de cueros sin curtir de ganado vacuno, 100 millones y otros como el de vinos y licores, que alcanzan también grandes proporciones.

Dependemos de un solo mercado

El otro problema que reviste seriedad en nuestro comercio exterior consiste en la concentración de nuestras compras y también de nuestras ventas en un solo país, los Estados Unidos. Alrededor de 70% de todas nuestras compras las hacemos en ese país y 60% de nuestras ventas se realizan en ese mercado. De esta suerte, estamos atados al mercado estadounidense y no nos beneficiamos de las ventajas que tendría el comprar y vender en donde las condiciones fueran más favorables. Factor determinante en esta concentración es el hecho de que compañías norteamericanas controlan importantes actividades económicas, así como renglones relevantes del comercio exterior de México. Este control determina que la dirección del comercio obligadamente siga la ruta México-Estados Unidos y viceversa. Así, el grueso de las importaciones del sector privado las realizan compañías americanas: tal es el caso de automóviles, productos químicos, medicinas, maquinarias, etc. Por el lado de las ventas al exterior, sucede algo similar: el algodón lo manejan compañías de Estados Unidos, especialmente la Anderson and Clayton; los minerales y el azufre, dos o tres empresas también de Estados Unidos, y muchos otros productos importantes. Esta circunstancia da rigidez a nuestro comercio y es responsable de que dependamos en tal alto grado de un solo mercado.

Los altos costos y la mala calidad frenan las exportaciones

Factor importante que ha frenado nuestro comercio con otros países es también las desventajas competitivas de algunos de los productos mexicanos y las restricciones que algunas empresas extranjeras establecen a sus filiales en México respecto a la exportación. Respecto a lo primero, todavía muchos productos se producen a costos elevados y de calidades no satisfactorias, que impiden que sean aceptados en el mercado internacional. La política de protecciones de nuestro gobierno no ha tenido con frecuencia los resultados deseados y ha contribuido a la operación de empresas ineficientes de altos costos, amparadas en situaciones de monopolio, propiciadas por el apoyo oficial. Muchas de ellas tampoco tienen interés en realizar promociones vigorosas de ventas en el exterior, porque se encuentran en condiciones de privilegio que les permiten obtener utilidades elevadas. A todo esto se viene a agregar el hecho de que muchas empresas que son filiales de grandes firmas extranjeras, tienen prohibida la exportación de sus productos, debiendo limitarse solamente al mercado mexicano, dentro del cual disfrutan de situaciones monopolistas amparadas por la política oficial de protección.

Falta unidad de mando

Finalmente, debemos señalar un factor de tipo administrativo: la dispersión de la acción gubernamental en materia de comercio exterior. No menos de siete organismos y dependencias del gobierno intervienen en el comercio exterior: Secretaría de Industria y Comercio, Secretaría de Hacienda, Consejo Superior de Comercio Exterior, Secretaría de Agricultura, Secretaría de la Defensa, etc. Esta diversidad de intervenciones hace los trámites lentos, costosos, con una serie de interferencias y contradicciones, que lejos de estimular las operaciones, las obstaculizan. Esta deficiencia administrativa contrasta con la gran actividad y la clara visión de varios de los altos funcionarios que tienen la responsabilidad del fomento del comercio exterior de México. Es un lastre que está limitando que su dinamismo obtenga los resultados deseados.

Hacia las soluciones

La tarea más importante que tenemos frente a nosotros para hacer que nuestro comercio exterior sirva de apoyo al desarrollo económico general, es la de fomentar al máximo posible nuestras exportaciones. El incremento de las exportaciones es el medio más deseable para aumentar nuestra capacidad de pago, para no depender de créditos exteriores o de inversiones extranjeras. Para ello habrá que diversificar mercados, comerciar con todos los países del mundo, en las condiciones más equitativas que sea dable obtener. Que factores políticos no nos impidan hacerlo porque está de por medio el progreso y el bienestar del pueblo mexicano.

Será necesario también mexicanizar los principales renglones de nuestro comercio exterior, porque ello nos permitirá obtener mayores ingresos y porque nos dará la necesaria libertad para canalizar el comercio por las rutas que mejor convengan a la Nación. Para este mismo propósito, será necesario mexicanizar en mayor grado la propiedad de los negocios en general.

El control selectivo de las importaciones es otro imperativo, para asegurar que las escasas divisas que obtenemos sean utilizadas en la forma más racional, en apoyo del desarrollo general del país.

Finalmente, es indispensable y urgente que se establezca la unidad de mando en materia de comercio exterior. Ya sea creando una Secretaría de Comercio Exterior, o dando facultades más amplias a la actual Secretaría de Industria y Comercio Exterior, o a través del Consejo Superior de Comercio Exterior, o de cualquier otra forma que se juzgue adecuada. Pero debe hacerse y a la brevedad posible. Sin esta unidad de mando no será posible llevar adelante la política de comercio exterior, por más atinada que sea.♦

Ceceña, José Luis, [1965], "¡Oro, a cambio de cuentas de vidrio!", México, Revista Siempre!, 613: 20-21 y 70, 24 de marzo.