Nuestro peso se ha ido achicando por efecto de la constante elevación de los precios y su valor real viene a ser el de un tostón; el costo de los blanquillos desciende, pero otros alimentos vitales van siempre al alza.
Nuestro peso se ha ido achicando por efecto de la constante elevación de los precios. Para comprar lo que adquiríamos con un peso en 1950, necesitamos ahora más de dos pesos. Esto quiere decir que nuestro peso, en el solo lapso de estos tres lustros se ha reducido a un tostón.
Es obvio que si todos los mexicanos en el mismo período hubiéramos logrado aumentar nuestros ingresos al doble, la situación en que nos encontraríamos ahora, sería la misma que en 1950. Pero igualmente claro es que quienes no hayan logrado elevar sus ingresos en esa proporción, habrán sufrido un empeoramiento de sus condiciones de vida.
Por otra parte, es evidente que quienes han aumentado en más del doble sus ingresos en estos últimos 15 años, habrán mejorado consecuentemente sus niveles de vida y estarán en condiciones de satisfacer más plenamente sus necesidades y hasta habrán podido ahorrar parte de sus ingresos, o de invertirlos y aún de dilapidarlos.
Los cambios en el poder de compra del peso, por lo tanto o lo que vale decir, el aumento de los precios, no ha afectado por igual a todos los mexicanos. Algunos no solamente no han sido perjudicados, sino que por el contrario, han salido beneficiados; otros, en cambio, sí han resentido grandes perjuicios. Veamos cuál ha sido en términos generales el impacto del aumento de los precios, o de la reducción de la capacidad de compra del peso, en los distintos estratos y clases sociales del país.
Sectores populares.— La mayoría de los obreros, jornaleros, agrícolas, maestros, empleados de oficina, miembros del ejército, etc., tienen ingresos más o menos estables a lo largo de meses y aún años por estar sujetos a contratos o a nombramientos que se renuevan en períodos largos.
Si los ingresos de este sector no aumentan en períodos más o menos largos, la elevación de los precios tienen un efecto perjudicial porque a medida que suben los precios van disminuyendo la cantidad de mercancías que pueden comprar con sus sueldos o salarios. Cada peso les rinde menos. Cuando los obreros o los empleados logran aumentos en sus remuneraciones, ya han perdido una parte importante de su capacidad de compra.
De acuerdo con las cifras oficiales, en los últimos 10 años los precios al mayoreo en la Ciudad de México han subido a razón de más del 4 por ciento anual; los precios de la alimentación y el costo de la vida obrera han subido en un 6.3 por ciento anual. Esto quiere decir que los sectores populares de la Ciudad de México han sufrido una pérdida importante en la capacidad de compra de sus sueldos y salarios. Esto además de las pérdidas sufridas por adulteraciones o baja calidad (como agregar agua a la leche, papa al queso, garbanzo al café, etc.) y por la mala calidad de los productos que se agudiza con el alza de precios.
Las condiciones de vida de los más amplios sectores populares, por lo tanto, tenderán a empeorar con la elevación de los precios, a no ser que logren aumentar sus sueldos y salarios, al menos en una proporción semejante. Pero esto ha sucedido. Con excepción de los obreros y empleados organizados en sindicatos que tienen gran fuerza de lucha y de contratación, en la mayoría de los casos lo que los trabajadores llegan a lograr es obtener aumentos en sus ingresos que cuando mucho apenas les permiten recuperar lo que han perdido por el aumento de los precios. En tales condiciones apenas la van pasando, o franca y llanamente se empobrecen.
Las fuerzas “vivas”.— Muy distinta es la situación de los sectores capitalistas, autollamados fuerzas vivas. El aumento de precios las favorece enormemente. Los capitalistas tienen, por lo tanto, un interés vital en elevar los precios lo más posible, hasta donde los consumidores aguanten. Y más todavía. Los capitalistas sobre todo los más fuertes, tienen el poder para elevar los precios y son ni más ni menos los principales responsables de que los precios se mantengan altos y que sea muy difícil hacerlos bajar.
La tendencia alcista de los precios es un fenómeno inherente a la dinámica misma del sistema de producción capitalista. Surge del móvil de lucro de los empresarios y se acentúa a medida que en el sector capitalista dominan los grandes monopolios.
El capitalista busca obtener las máximas utilidades. Para lograrlas manipula dos elementos: los precios y sus costos. Es evidente que el margen será mayor mientras mayores sean los precios y menores sus costos De ahí su interés vital en aumentar los precios al mayor nivel posible y por otra parte, en mantener sus costos al nivel más bajo. Por esta razón, también los capitalistas se ven impedidos en forma imperativa a aumentar su dominio sobre la actividad económica en que operan: ello les permite tener la fuerza suficiente para lograr su propósito de obtener utilidades máximas.
De esta suerte, el aumento de precios es resultado fundamentalmente de la acción de los monopolios que se lucran enormemente con ello. A través de la elevación de precios, los capitalistas van logrando apropiarse de una porción cada vez mayor del esfuerzo colectivo de la nación. Se produce una transferencia de poder de compra del gran público, de los obreros, empleados y hasta pequeños artesanos y empresarios, a favor de los monopolistas. Aunque no está sancionado por las leyes y se le acepta como algo normal en las condiciones en que vivimos, si hemos de llamarlo por su verdadero nombre, se trata de un despojo colectivo que tiene lugar por la debilidad de los sectores populares, frente al decisivo poder de las fuerzas “vivas”. En verdad que son “vivas”.
1966 Año de precios altos.
Existen síntomas muy claros de que en el presente año tendremos una mayor elevación de precios que en el año anterior. Varios factores están en juego en el escenario nacional y a ellos se están sumando influencias internacionales, especialmente provenientes de los Estados Unidos. Estos factores ejercerán una influencia real sobre los costos, pero además serán tomados como pretexto por los empresarios para elevar los precios exageradamente.
Entre los factores que están en juego se pueden mencionar los aumentos de los Salarios Mínimos; los aumentos logrados o en vías de lograrse por los trabajadores de ramas importantes como petróleos, electricidad, teléfonos; los aumentos de precios en los Estados Unidos y en varios países europeos, que tienden a encarecer una gran variedad de productos como los automóviles, los artículos de hogar, los aparatos eléctricos, la maquinaria, etc., porque en su producción se utiliza una alta proporción de productos de importación como partes, refacciones, materias primas y máquinas.
Algunos de estos factores en la realidad tendrán poca o ninguna influencia sobre los costos. Por ejemplo, la elevación de los Salarios Mínimos no tiene impacto apreciable sobre los costos, porque el nivel a que se fijan, aunque ha ido mejorando considerablemente, todavía es bajo, apenas si puede considerarse como un nivel de subsistencia.
Tampoco ejercen influencia apreciable los aumentos de los salarios y sueldos de muchos otros sectores de la población trabajadora, porque en la mayoría de los casos los aumentos que se otorgan a los obreros y empleados no son sino restituciones de lo que han perdido por los aumentos de precios. En tales condiciones, no tienen por qué influir sobre los costos.
No obstante ser así, los empresarios que son los que constituyen la fuerza dominante en nuestro medio, aprovechan esos aumentos para elevar los precios y seguir aumentando sus utilidades.
No sólo con huevos vive el hombre.
Aunque es motivo de satisfacción para las amas de casa que el precio de los huevos haya bajado en los últimos días, desgraciadamente no sólo de huevos vive el hombre. También la leche, la carne y otros alimentos forman parte indispensable de la dieta actual. Y todos estos productos han subido de precio. La leche, por ejemplo, subió hace unas semanas alrededor del 15 por ciento, y la carne además de escasa, está alcanzando precios prohibitivos para los sectores populares.
En el renglón de productos de consumo durables, también se están registrando aumentos importantes. Los automóviles en este año aumentaron en un 10 por ciento aproximadamente; los artículos de hogar siguen subiendo. Y todos estos productos forman parte ya de las necesidades casi imprescindibles en un hogar moderno, no solamente de las familias ricas, sino de las clase media y de muchas familias obreras.
Debe actuarse con urgencia.
Se hace necesario y urgente adoptar medidas para hacerle frente a la constante elevación de precios que amenazan con empeorar las ya difíciles condiciones de vida del pueblo. Una política dirigida a este fin deberá en lo esencial, atacar el problema desde varios flancos: fortalecer las medidas para controlar los precios; dar impulso a la producción especialmente de alimentos y artículos de consumo; mejorar los sistemas de distribución, eliminando intermediarios y finalmente, seguir una política de salarios justa.
Aunque es verdad que los precios no se controlan con decretos, es indispensable aplicar el control directo de los precios, con una legislación realista y con un cuerpo amplio de funcionarios e inspectores bien pagados y honestos para que cumpla tan importante (e ingrata) tarea. Los recursos humanos y económicos de que dispone ahora la Secretaría de Industria y Comercio son insuficientes para obtener los resultados deseados. Se requiere que la Secretaría de Hacienda comprenda cabalmente la necesidad de control directo de los precios y que aporte recursos más amplios para tal fin.
Al lado del control directo de los precios es indispensable que se fomente por todos los medios la producción agropecuaria e industrial. La abundancia es el mejor antídoto de la inflación. Pero la abundancia no se logra espontáneamente y menos en un sistema de empresa privada que se guía fundamentalmente por el afán de lograr utilidades máximas, las cuales se obtienen más bien por medio de la escasez que por la vía de la abundancia. Para impulsar la producción se requiere de un Plan de Desarrollo, que todavía es una aspiración que no se cumple.
También será necesario mejorar el aparato gubernamental para que responda más cumplidamente a las necesidades nacionales, con una organización más racional y con una mejor coordinación. Las tareas de promoción directa de la producción, incluyendo el importante aspecto crediticio, deberán estar a cargo de las dependencias de las ramas correspondientes, como Agricultura, para el desarrollo agropecuario e Industria y Comercio, para el desarrollo industrial.
Al tiempo que se impulsa la producción deberá mejorarse el aparato de distribución, que es tan deficiente y tan antieconómico en nuestro país. La serie de intermediarios innecesarios que pululan en los negocios encarecen los productos y son un obstáculo para que la producción se desarrollo, porque explotan al productor y también al público consumidor. Deberá fortalecerse a la Conasupo, formarse cooperativas de consumo y combatir el acaparamiento de alimentos.
Finalmente es necesario que se aplique una política justa de salarios que permita a los obreros y empleados obtener una justa proporción del producto de su esfuerzo. Aún con precios estables (y con mayor razón cuando suben los precios), los trabajadores tienen derecho a aumentos de salarios y sueldos porque son factores importantes en los aumentos de la productividad. Las mejoras en la productividad deben beneficiar también al trabajador y no solamente al empresario, como es lo que sucede generalmente.
La lucha contra la inflación, por lo tanto, es un imperativo nacional, y es indispensable para acelerar el progreso del país. Para que ello se realice, es necesario que exista una clara conciencia popular sobre el particular y que se manifieste en la lucha democrática, en lo económico y en lo político.♦