El capitalismo como sistema ha perdido su fuerza de expansión y nuestro país no puede ligarse a un bloque en plena decadencia.
Uno de los problemas menos analizados y respecto al cual existe mayor confusión, es el del rumbo que lleva nuestro país. México sin duda no está aislado, se encuentra en vinculación estrecha con muchos países con los cuales tiene intercambios comerciales, financieros, técnicos, culturales y políticos. ¿Puede entonces sustraerse a la marcha general que se observa en escala mundial? ¿Hasta qué grado las condiciones generales de México obedecen a factores internos y en cuál a fuerzas externas que están dando rumbo a la vida de la humanidad?
Parece que tiene importancia que hagamos una pausa en el camino y tratemos de explicamos en dónde estamos y hacia dónde vamos.
Hasta el menos observador puede apreciar que actualmente en el mundo se distinguen tres agrupamientos de países que tienen características diferentes. Se puede afirmar que vivimos en una época de bloques. Podemos distinguir los siguientes: el capitalismo clásico; el socialista, y el "tercer mundo", en el que se puede observar, cuando menos dos agrupamientos de países en transición.
¿Cómo está integrado cada uno de estos bloques, qué características tiene y qué posibilidades brinda a su población y a la del resto del mundo? ¿Qué perspectivas tiene cada bloque para extenderse y abarcar el conjunto de la humanidad? ¿Existe esa posibilidad real o continuaremos indefinidamente divididos en esos tres bloques? Tratemos de aclarar nuestras ideas sobre este particular y a la luz de ello, intentemos ubicar a México dentro de ese escenario.
Bloque capitalista. El bloque capitalista típico, clásico o tradicional, se encuentra integrado por los Estados Unidos, que le sirve de núcleo, y la mayoría de los países más desarrollados de Europa, como los del Mercado Común, Inglaterra y Suiza, y por Japón y Canadá.
Desde el punto de vista de la producción y del ingreso medio por habitante, este bloque es el más importante. En general todos los países que lo forman tienen un gran desarrollo industrial, técnica muy desarrollada y un alto nivel cultural. Muchos de ellos son países que han estado a la cabeza de los acontecimientos mundiales en los últimos siglos, como Inglaterra y Francia, aunque otros son de una formación relativamente reciente, como es el caso de los Estados Unidos, y el Canadá, o países que, aunque viejos, se han incorporado a la industrialización y a la vida moderna hace alrededor de un siglo, como es el caso del Japón.
Las características más o menos comunes a los países de este bloque son las siguientes: en primer lugar son países de empresa privada. Esto significa que el personaje central es el capitalista que posee las fábricas, las minas, los medios de transporte, los bancos, etc.
El capitalista tiene la posición dominante porque siendo propietario de los medios de producción, tiene el poder de decisión económica, es decir, él decide qué producir, en qué cantidades y en qué condiciones. De esta suerte, la sociedad depende de sus decisiones, porque ellas determinan el nivel de la actividad económica, la abundancia o escasez de mercancías y servicios a la disposición del público, las oportunidades de trabajo y la magnitud de la derrama de ingresos en la población.
¿Y qué factores sirven de base al capitalista para tomar sus decisiones? Seguramente que no es el capricho lo que lo mueve a producir o invertir su dinero. Tampoco es el deseo de hacer el bien y aliviar el hambre o la falta de vestido o de habitación, para que todos dispusieran de lo necesario para disfrutar de una vida feliz, porque si así fuera, todas las fábricas y los medios de producción estarían trabajando a plena capacidad para producir abundantemente todo lo necesario y no habría hombres sin trabajo, ni plantas operando a mitad de su capacidad productiva.
Lo que mueve al empresario, al capitalista, no es otra cosa que el deseo de obtener un lucro particular, de acrecentar sus riquezas y de aumentar su poder. En función de ello invierte y produce bienes o servicios. Si no hay utilidad que le parezca suficiente, reduce su actividad o la suspende por completo. No importa que queden sin trabajo obreros y empleados y que éstos se queden sin ingresos, con peligro de su propia existencia.
El deseo de obtener utilidades es, por lo tanto, el móvil del empresario y el sistema todo del capitalismo. De esta manera, el capitalista emprenderá toda aquella actividad que le produzca ganancias. Desde luego que producirá bienes y servicios útiles, y aun vitales, para el público, pero lo hará en la medida en que exista demanda efectiva, en dinero, para esos productos. Pero igualmente producirá artículos suntuarios, para satisfacer las vanidades de los compradores que tengan suficiente dinero para adquirirlos. Y hasta llegará a producir artículos nocivos como los narcóticos, licores y armas mortíferas, cuando de ello derive las ganancias que busca. Y más aún, hará lo posible por fomentar vicios y las guerras para asegurar altas utilidades. La búsqueda de utilidades no tendrá límites. Es una fuerza tan potente que el capitalista llegará hasta a la violación de las leyes y de las normas que la sociedad puede imponer por motivos de protección pública, impulsado por su afán de lucro.
El capitalismo, por lo tanto, es un sistema que se basa en el egoísmo, en la rivalidad, en la lucha selvática, en el dominio del fuerte sobre el débil. Es inhumano y cruel. La equidad, la ayuda mutua, la solidaridad humana se sacrifican al lucro personal, al individualismo, al "yo". Y la conducta del capitalista imprime su sello sobre la sociedad. Los arquetipos sociales serán los Morgan (el financiero y también el pirata), los Rockefeller, los Du Pont, los Cecil Rhodes, los Rothchild. El ideal humano será hacerse millonario a toda costa, sin importar los medios.
Estos rasgos esenciales del capitalismo tradicional, clásico, surgen desde su nacimiento, desde que está en su cuna. El capitalismo se levantó sobre los hombros de millares y millares de artesanos y pequeños propietarios rurales que fueron desplazados y convertidos en asalariados; de hombres, mujeres, adolescentes y niños que dejaban sus vidas breves en las fábricas; de millones de indígenas y nativos que se convirtieron en esclavos; de africanos que eran cazados como fieras para ser vendidos y explotados en trabajos inhumanos; de pueblos enteros cuyas riquezas y ellos mismos quedaron bajo el control de los grandes capitalistas conquistadores. Todo sometido a las exigencias de los grandes magnates para nutrir su apetito insaciable de utilidades, riquezas y poder.
Pero, se dirá, el capitalismo ha dado frutos que compensan con creces todos los horrores que ha causado. La vida moderna, producto del capitalismo, está llena de maravillas. La búsqueda de utilidades, aunque en sí puede considerarse egoísta y condenable desde el punto de vista moral, es un mal necesario que permite a la sociedad desenvolverse y progresar.
Además, el capitalismo se ha transformado; los atropellos, la esclavización del hombre, los despojos, las guerras de conquista y dominio, son cosas del pasado. El capitalismo actual se ha humanizado, se ha proyectado más y más hacia el servicio del pueblo. Ahora estamos en presencia de un "capitalismo popular".
La propiedad de las fábricas y de los demás medios de producción se ha democratizado. La General Motors, por ejemplo, es propiedad de centenares de miles de personas, incluyendo a los altos funcionarios y técnicos a sueldo de la propia empresa: y hasta a los obreros y empleados. Ya prácticamente no existe el patrón, las empresas son manejadas y controladas por sus propios trabajadores. Y hasta en una "Drug Store" se pueden adquirir acciones y bonos de las más importantes empresas industriales y de servicios en los Estados Unidos. El camino está abierto para que usted mismo se convierta en un participante en la propiedad de esos gigantes, a condición desde luego, de que tenga dinero para ello.
El capitalismo moderno no es ya, se afirma, el del siglo pasado o principios del presente. Es ahora un sistema al servicio del pueblo. Es, en suma, un capitalismo popular.
Un vistazo al capitalismo actual basta, sin embargo, para convencerse de que en esencia el capitalismo sigue siendo el mismo. Que el llamado "capitalismo popular" es un inteligente instrumento de propaganda.
El capitalista sigue siendo el personaje dominante en el escenario de los países capitalistas, y ha adquirido estatura de gigante. Su móvil inalterable sigue siendo el de lograr utilidades máximas. Cuando hay ganancias los capitalistas invierten y cuando no las hay o se reducen, dejan de invertir o disminuyen sus inversiones. Por ello la economía de los países dominados por los capitalistas está sujeta a fluctuaciones tan fuertes y frecuentes. El móvil de lucro explica también por qué los grandes capitalistas se lanzan a dominar los recursos y los mercados de los países de los cinco continentes. Y su lucha por la hegemonía mantiene al mundo en un constante estado de intranquilidad y de zozobra. Ahí están los ejemplos de Dominicana, de Panamá, de Cuba y de Vietnam. Y la amenaza de otras Dominicanas y Vietnams en otros lugares, especialmente en el continente africano.
La propiedad de las empresas, por su parte, lejos de estarse democratizando con la posibilidad de que el público invierta sus escasos ahorros en esas empresas, se está concentrando más todavía en manos de los grandes capitalistas, porque siguen manteniendo el control de las empresas, y ahora están ampliando su control con los recursos que el público invierte en esas empresas, llevado por la propaganda y por la ilusión de convertirse en propietario. Hoy más que ayer, el poder económico está concentrado en unas cuantas manos, en un puñado de gigantescos grupos financieros que dominan la economía de los países capitalistas.
Los pueblos de los países capitalistas y todavía menos los pueblos dominados por dichos países, no tienen en el capitalismo una verdadera solución a sus problemas. El capitalismo significará siempre inseguridad económica para las grandes masas populares; desigualdad de ingresos y de status social; amenazas de guerras de reparto y de dominio entre los distintos grupos capitalistas que se encuentran en franca lucha por la hegemonía; esclavización del hombre al trabajo excesivo y a las máquinas; falta de capilaridad social, porque las oportunidades de la superación personal se encuentran bloqueadas por innúmeros obstáculos; desequilibrios sociales producto de las injusticias económicas y sociales y del egoísmo e individualismo que caracterizan a la sociedad capitalista; empobrecimiento de los pueblos dependientes de los países capitalistas.
La demostración del significado del capitalismo para los pueblos del mundo es el hecho de que en el presente siglo se esté desmoronando prácticamente la estructura mundial del capitalismo. Uno a uno los países coloniales están logrando su independencia política y están luchando por su independencia económica. El imperio inglés y el francés se están viniendo abajo. La hegemonía ejercida por el capitalismo de los Estados Unidos aunque ha tenido una suerte variable, también se está debilitando a pasos acelerados.
Y dentro de los propios países capitalistas están sucediendo una serie de acontecimientos de luchas populares que revelan los grandes desajustes sociales y políticos que en ellos existen. Las economías de los Estados Unidos y de Inglaterra, dos de los más importantes países capitalistas, se enfrentan a problemas que cada vez parecen más graves.
Es evidente que el capitalismo como sistema ha perdido su fuerza de expansión y tiene serias dificultades para mantenerse en donde está. Cada vez pierde más terreno. Se encuentra en marcha un franco proceso de contracción como sistema mundial. No es por lo tanto, un sistema que ofrezca atractivos para los países nuevos que buscan su rumbo para acelerar su desarrollo y lograr el bienestar de sus pueblos ¿No sería un anacronismo, altamente insensato e inconveniente, empujar a nuestro país por el camino del capitalismo, en donde la sociedad dependiera de las decisiones de los grandes magnates, más si estos son extranjeros? ¿Qué opina usted?♦