Crecer, dominar o perecer es su ley.
El mundo económico actual es un mundo de gigantes. En cada rama importante de la actividad económica pequeños grupos de dos, tres o cuatro empresas multimillonarias dominan el escenario. Esta es la fisonomía de los negocios en Estados Unidos, en Inglaterra, en Francia, en Italia, en Alemania, en Japón. En todos ellos encontramos una situación semejante: en la banca, tres o cuatro firmas tienen bajo su control el manejo del dinero del público; otras tres o cuatro dominan en el ramo de seguros; grupos similares controlan la producción y el mercado de automóviles, del petróleo, de los productos químicos, de la manufactura de aviones, de equipo eléctrico, de la fabricación de maquinaria pesada, de la producción de acero, del transporte aéreo, ferroviario y marítimo, etc. etc. Aunque al lado de esos grupos gigantes existen empresas medianas y menores, a veces en número considerable, muchas de estas solo vegetan dentro del marco establecido por los gigantes que dominan la rama, y están supeditadas a ellos en materia de precios, de abastecimientos de materias primas, de financiamiento, de distribución de su producción, etc. Juegan estas empresas papeles secundarios, de negocios satélites alrededor de alguno de los del pequeño grupo de empresas multimillonarias que operan como monopolios.
¿Por qué crecen y se desarrollan los gigantes? ¿Qué fuerza los mueve? La fuerza que da impulso al crecimiento de las empresas en general no es otra que el móvil del lucro, el deseo de obtener las máximas utilidades. Este objetivo obliga a las empresas a mejorar en forma constante sus condiciones competitivas, para aventajar a las empresas rivales y disponer de mercados cada vez mayores. Para lograrlo necesitan bajar costos aumentando la escala de sus operaciones, utilizando técnicas superiores, controlando fuentes de materias primas y de ser posible, asegurando el financiamiento suficiente y barato y también los servicios conexos de transporte, de distribución, etc. De esta suerte, tiene lugar un proceso de concentración económica, de formación de empresas cada vez mayores, un proceso que se vuelve imperativo, de movimiento perpetuo. O se crece y se está mejor preparado para la competencia, para dominar la producción y el mercado y con ello lograr utilidades máximas, o se pierde terreno frente a los competidores, se reducen las utilidades y se compromete la existencia misma como empresa independiente, frente a las empresas mayores que han logrado crecer más. En otras palabras, las empresas en su lucha por obtener utilidades máximas tienen que superar a sus competidores y para ello el camino es crecer, dominar a los rivales, es decir, en los negocios priva la ley de la selva.
El gigante del acero, ejemplo típico de la nueva era
Al finalizar el Siglo XIX se encontraba ya en franca marcha el proceso de concentración monopolista en los países más desarrollados del mundo. En los Estados Unidos la formación de grandes firmas monopolistas era tan marcada y sus consecuencias en contra de los consumidores y de pequeños empresarios se habían manifestado ya con tanta violencia, que dieron lugar a fuertes presiones populares que se tradujeron en legislación contra los monopolios como la Ley Sherman, que todavía hoy es la pieza legislativa anti-monopolista más importante de ese país.
El Trust del petróleo, representado por la Standard Oil de Rockefeller, era considerado el prototipo del enemigo del pueblo y por ello se le abrió juicio, que culminó en 1911 con la disolución de ese trust. Sin embargo, ni esta legislación ni algunos de los sonados juicios contra otros grandes monopolios detuvieron el proceso de concentración que adquirió una mayor fuerza a principios del Siglo XX. Al iniciarse este siglo fabuloso, en febrero de 1901, se formó la primera empresa verdaderamente gigantesca, la United States Steel Corporation, con una capitalización de 1 403 millones de dólares. Esta empresa resultó de la fusión de ocho grandes compañías de la industria del acero, cada una de las cuales a su vez había sido el resultado de fusiones de numerosas empresas menores, realizadas años atrás. De esta suerte, la U.S. Steel Corporation, al formarse, significó la fusión en una sola empresa gigantesca, bajo un solo mando, de 145 importantes compañías del acero. Con esta fusión de proporciones colosales, se formó el Gigante del Acero que desde entonces ha sido la primera empresa en el ramo, tanto en Estados Unidos como en el mundo. En la fecha de su formación, la U.S. Steel Corporation, controló el 45% de la producción de lingote de acero en Estados Unidos, el 75% de la producción de hoja de lata, el 80% de la producción de alambre, el 85% de la producción de tubo de hierro y acero, el 50% de la producción de estructuras para puentes y plantas industriales, aparte de participaciones importantes en otras líneas. Actualmente este gigante posee recursos totales de 5 139 millones de dólares.
Después de la formación de la U.S. Steel Corporation nacieron otros nuevos gigantes y se aceleró el proceso de concentración: en la propia industria del acero (la Bettlehem Steel y después la Republic Steel), en automóviles (la General Motors, Ford Motor Co. y Chrysler), en la producción de equipo eléctrico (la General Electric y la Westinghouse), en la industria petrolera (la Standard, la Gula y otras), etc. etc.
Cómo se forman y crecen los gigantes
El proceso de formación de gigantes se realiza en dos direcciones: una en el sentido horizontal y la otra en el sentido vertical. Cuando una empresa tiene éxito, trata de ampliarse estableciendo nuevas unidades en su misma rama, en localidades ventajosas o adquiriendo empresas independientes que operen en el mismo tipo de negocio. Tal y como ha sucedido y está sucediendo en México en el ramo bancario, de seguros, en la industria cervecera y muchas otras, en las que las dos o tres mayores empresas de su ramo han ido ampliándose con nuevas unidades propias, sucursales o agencias y han ido absorbiendo negocios similares que eran independientes pero que no pudieron seguir creciendo. En esta forma, cada una de las grandes logra tener una posición de mayor fuerza frente a sus rivales, factor que actúa como constante acicate haciendo que las demás que pueden hacerlo, no se dejen sobrepasar y hagan lo propio, estableciéndose ese movimiento perpetuo del que hemos hablado.
Al mismo tiempo que se efectúa este proceso de crecimiento en el sentido horizontal, tiene lugar otro en el sentido vertical, es decir, se amplía el control por una misma empresa de los distintos eslabones que forman el negocio: materias primas, plantas de producción, medios de transporte, sistemas de distribución, servicios financieros, jurídicos, publicitarios, etc. etc. El éxito de una empresa en sus esfuerzos por integrarse o crecer en ambos sentidos, es vital para mejorar su posición competitiva. Podrá así reducir costos por la mayor escala de producción y porque no tendrá que compartir utilidades con otros empresarios que en otra forma serían sus proveedores de materias primas, de partes o de servicios; ganará seguridad en sus operaciones porque tiene asegurados sus abastecimientos y sus servicios; tendrá una situación más sólida frente a sus competidores no dependiendo de ellos sino por el contrario, privándolos de las fuentes de dichos abastecimientos; tendrá una mayor participación en el mercado ampliando su clientela con nuevos clientes o con clientes arrebatados a sus rivales. Como resultado de todo ello obtiene mayores utilidades.
Arquitectos de gigantes
En la base de la formación de las grandes empresas monopolistas se encuentra un puñado de figuras cuyo dinamismo, sagacidad, visión, tenacidad y en la mayoría de los casos, su falta de escrúpulos, los han convertido en los verdaderos arquitectos de los gigantes modernos que en este Siglo XX dominan la economía de sus países. Son esos personajes lo que han amasado cuantiosas fortunas y han formado los núcleos de Supergrupos financieros de proporciones colosales, que abarcan una gran diversidad de actividades económicas y que tienen una poderosa influencia en la vida política del mundo en el cual operan. A tal grado llega esa influencia, que miembros de los Supergrupos ocupan posiciones importantes en los gobiernos de sus países. Así, el gobierno del General Eisenhower fue llamado el “gobierno de los Generales”, significando con ello que era manejado por el “General Eisenhower”, el “General Motors” y el “General Electric”. Esta influencia no se limita a su propio país, sino que se extiende para todo lugar hasta donde han podido llegar en su proceso expansionista.
En Estados Unidos se destacan los Morgan, los Rockefeller, los Du Pont y los Mellon. Los Morgan forman el núcleo del más gigantesco supergrupo conocido hasta ahora, que agrupa a una nutrida constelación de empresas multimillonarias, cuyos recursos conjuntos alcanzan la estratosférica cifra de 154 000 millones de dólares. Figuran entre ellas muchas firmas cuyos nombres son muy familiares: el banco Morgan Guaranty Trust, la compañía de seguros Prudential Life, el gigante del acero U.S. Steel Corporation, la empresa líder de la fabricación de equipo eléctrico, la General Electric Co., la empresa minera de tan larga y no muy feliz memoria en México, American Smelting and Refining Co. y la mayor empresa productora de refrescos en el mundo, la omnipresente Coca-Cola. El Supergrupo Rockefeller por su parte, está formado por lo menos por 89 gigantes, que disponen de recursos por valor de 120 000 millones de dólares. En este supergrupo se destacan los gigantes del petróleo, con la Standard Oil de New Yersey a la cabeza, varias compañías de seguros, con la Metropolitan Life como líder con sus 17 000 millones de dólares, la American Airlines, y el poderoso Chase Manhattan Bank, el mayor banco de New York. Los Du Pont y los Mellon constituyen también los núcleos de sendos supergrupos, con recursos que alcanzan las cifras de 75 000 y 52 000 millones de dólares, respectivamente.
Expansión mundial de los grandes monopolios
La fuerza expansiva de los Supergrupos, como es natural, no se detiene en las fronteras, que vienen a ser apenas débiles mojoneras, sino que se proyecta a todo lugar en dónde haya materias primas que controlar. Por ello, ya para finales del siglo pasado, las grandes empresas europeas, principalmente inglesas, y las de Estados Unidos, se lanzaron al mundo menos desarrollado para colocar sus capitales, impulsados por ese insaciable apetito de utilidades máximas, que mueve toda la maquinaria de los negocios.
Uno tras otro los países menos desarrollados de África, de Asia, de América Latina y hasta de la misma Europa fueron convirtiéndose en apéndices económicos de esos monopolios que controlaron sus principales recursos petroleros, metálicos, los sistemas de transporte terrestre y marítimo, su comercio exterior y toda actividad económica de alguna significación. Con estas inversiones de capital los países menos desarrollados lograron poner en explotación recursos antes intocados o parcialmente activos y también pudieron incorporar a su vida cotidiana algunos adelantos de la civilización como los ferrocarriles, el uso de la electricidad y otros. Sin embargo, esas mejoras fueron de alcances limitados por quedar supeditadas a los intereses de los monopolios dominantes. El precio pagado por ese progreso fue, además, muy elevado en términos de desarrollo futuro, de estabilidad, de independencia.
El mundo quedó repartido en esferas de control y de influencia de los grupos financieros poderosos de los países más adelantados. Y las economías de los países menos desarrollados se convirtieron en productoras de materias primas y productos alimenticios para su exportación a los países metropolitanos, residencia de los grandes monopolios, bajo cuyo dominio quedaron sus principales recursos. De esta suerte, la expansión incontenible de los grandes monopolios impulsada por su afán de elevar sus utilidades al máximo es la razón de ser de las inversiones extranjeras directas, las que adquieren así el carácter de inversiones dominadoras, monopolistas y colonialistas. Aunque utilizando formas suavizadas por los cambios operados en el mundo de las inversiones extranjeras, que como avalancha se vuelcan ahora sobre nuestros países, siguen teniendo el mismo carácter explosivo, dominador y colonialista. En ocasiones subsecuentes tendremos oportunidad de demostrar plenamente la justeza de esta afirmación.♦