Algo funciona mal! La Revolución se quedó a la puerta de los ingenios

 

Crear cooperativas de campesinos y obreros apoyadas con sentido revolucionario por las instituciones crediticias del gobierno, sería la única forma como la industria azucarera cumpliría con la función que le corresponde.

Además de estar sujeto al empresario, al que a fortiori tiene que abastecer de caña, el campesino soporta todas las deficiencias que los propios empresarios tienen en la elaboración del azúcar. Esto resulta del sistema establecido de calcular el precio de liquidación de la caña sobre la base de los rendimientos de azúcar obtenidos en los ingenios. Si los ingenios tienen maquinaria obsoleta o en malas condiciones, los rendimientos serán bajos y el campesino tendrá que pagar el pato.

La producción de caña de azúcar se realiza por ejidatarios y colonos, que reciben crédito de los ingenios y venden a éstos su producción. Los empresarios azucareros, en consecuencia, no se abastecen a sí mismos de materia prima, sino que la compran al sector campesino. Esto significa que no necesitan hacer ellos mismos las erogaciones requeridas para disponer de abastecimientos de su materia prima, con lo que las inversiones que tienen que realizar se reducen sustancialmente.

Para favorecer el desarrollo de la industria azucarera el gobierno dictó disposiciones para asegurar zonas de abastecimiento para cada ingenio azucarero. De acuerdo con esas disposiciones los propietarios de las tierras de labor situadas dentro de dichas zonas, obligatoriamente debían dedicarlas a la producción de caña de azúcar. Así, en forma compulsiva, los agricultores tienen que dedicarse al cultivo de ese producto, independientemente de lo que deseen o no y aunque los rendimientos que obtengan sean menores a los que podrían lograr con otros cultivos.

De esta suerte, se encuentran obligatoriamente dedicados a la producción de caña de azúcar alrededor de 400,000 hectáreas de buenas tierras, en toda la República. De ellas, unas 141,000 son tierras de riego equivalente al 36% del total y 252,000, tierras de temporal, es decir, el 64% de la superficie total.

La constitución de zonas de abastecimiento tiene una sana razón de ser, porque sin la seguridad de los abastecimientos de la materia prima la industria azucarera no podría subsistir y menos desarrollarse. O tendrían los empresarios azucareros que invertir enormes sumas en la compra de tierras para producir por sí mismos la caña que requirieran. Esto los convertiría en grandes latifundistas y a los campesinos en simples asalariados: En vista de estos problemas se dictaron las medidas relativas a la constitución de zonas de abastecimiento en forma compulsiva.

La formación de zonas de abastecimiento en la forma obligatoria en que se ha hecho, supeditando a los campesinos a los intereses de los empresarios, no tendría mayores inconvenientes siempre y cuando se tradujera en verdaderos beneficios para los propios productores de caña, que sacrifican su libertad de utilizar sus tierras en lo que mejor les pareciera. Desgraciadamente, la realidad muestra que esto no es así. El sector campesino, productor de caña, es el eslabón débil en el negocio azucarero.

Además de estar sujeto al empresario, al que a fortiori tiene que abastecer de caña, el campesino soporta todas las deficiencias que los propios empresarios tienen en la elaboración del azúcar. Esto resulta del sistema establecido de calcular el precio de liquidación de la caña sobre la base de los rendimientos de azúcar obtenidos en los ingenios. Si los ingenios tienen maquinaria obsoleta o en malas condiciones, los rendimientos serán bajos y el campesino tendrá que pagar el pato. Igual sucede si la administración de los ingenios es ineficiente: el productor de caña tiene que compartir los malos resultados.

La injusticia de este procedimiento es evidente. ¿Por qué, por ejemplo, los empresarios, en reciprocidad, no comparten con los productores de caña, los riesgos de menores rendimientos agrícolas? ¿Por qué el campesino, que es el más débil económicamente y el que necesita más del apoyo oficial para mejorar sus condiciones de vida, tiene que soportar no solamente sus propios riesgos y deficiencias, sino también las ajenas? Con todo esto se comprueba que en la industria azucarera el empresario (más bien el “pequeño grupo”) es quien dicta las condiciones, porque tiene la sartén por el mango.

Financiamiento

El apoyo financiero a la industria azucarera se realiza principalmente por la UNPASA, con el respaldo directo de la Financiera Nacional Azucarera y del Banco de México. Las principales fuentes de recursos de la UNPASA son las siguientes:

Banco de México, que apoya y adquiere bonos de la Financiera Nacional Azucarera y además realiza operaciones de pignoración del azúcar controlado por UNPASA y amparado por certificados de depósito.

Financiera Nacional Azucarera, mediante operaciones directas prendarias y de descuento de cartera.

Banca privada y particulares, por medio de la compra de bonos de Financiera Nacional Azucarera con garantía prendaría y de cartera; y finalmente, la Banca privada nacional y extranjera, en operaciones directas, de tipo prendario y de descuento.

En el año de 1965, la UNPASA otorgó créditos de avío y fertilizantes por valor de 442.6 millones de pesos y créditos refaccionarios y de carácter especial por valor de 496.5 millones de pesos. De estos últimos, correspondieron 340 millones de pesos, a los créditos especiales otorgados por el gobierno federal, con el objeto de ayudar al sector industrial y al agrícola en los desajustes provocados por el descenso del precio internacional del azúcar que afectó las exportaciones. De ellos correspondieron 152.8 millones de pesos al sector industrial y 169 millones al agrícola.

Como puede apreciarse. “Papá gobierno” es el principal apoyo financiero de la industria azucarera, a la que proporciona recursos en diversidad de formas, a través del Banco de México y de la Financiera Nacional Azucarera, que son las fuentes principales de recursos para la UNPASA.

No obstante que el gobierno federal es el verdadero sostén de la actividad azucarera, tanto por las protecciones legales que le otorga como por el decidido apoyo económico que le extiende, el sector empresarial, especialmente el representado por ”el pequeño grupo”, es el principal usufructuario del negocio del azúcar. El gobierno pone el dinero y “el pequeño grupo” lo maneja para su provecho.

El “pequeño grupo” tiene además las ventajas de poseer los ingenios más grandes y algunos de los más modernos, con lo que sus costos de producción son menores que los de los ingenios medianos y chicos. Ahora, como los precios son fijados tomando como base los costos de los ingenios marginales, de menor eficiencia, resulta que los márgenes de ganancia de los grandes ingenios son desproporcionadamente elevados. Es verdad que en esta forma se permite a los pequeños y medianos ingenios que sigan subsistiendo, pero ello se logra a costa de los consumidores y con cargo a éstos se hace un jugoso obsequio de utilidades no ganadas, a los magnates del “pequeño grupo”.

A grandes rasgos estos son los principales aspectos de la industria azucarera del país. El panorama que presenta es el de una situación precaria y difícil para una enorme masa campesina de ejidatarios y colonos, productores de caña y supeditados a los empresarios; frente a ellos un sector industrial dominado por un “pequeño grupo” de grandes magnates, que dominan la producción y determinan la política que se sigue en los aspectos fundamentales del negocio del azúcar, derivando de ello fuertes utilidades.

En medio de ellos, entremezclado a unos y otros, aparece el gobierno federal como un importante empresario y como con-socio de los magnates en las instituciones dedicadas al control de la producción y distribución (UNPASA), y al financiamiento (Financiera Nacional Azucarera). De esta manera, la acción el gobierno, aunque ayuda al sector campesino y tiende a ayudar al consumidor, favorece en mayor proporción a los grandes empresarios de la industria. Díganlo si no las enormes fortunas que se han amasado con el azúcar.

El caso de la producción de azúcar nos hace meditar sobre si la Revolución se ha quedado a la puerta de los ingenios y de los bancos. Es evidente que se hace necesario que no se quede ahí, y que se constituyan unidades agrícolas industriales en forma de cooperativas de campesinos y obreros apoyadas con todo vigor y sentido revolucionario por las instituciones crediticias del gobierno. Sólo en esta forma la industria azucarera cumplirá la función económica y social que le corresponde, que no es otra que ser una fuerte de trabajo que permita una vida cada vez mejor a obreros, técnicos y empleados, y que, por otra parte, aseguré los abastecimientos de azúcar para los consumidores a precios razonables.♦

Ceceña, José Luis [1966], "Algo funciona mal! La Revolución se quedó a la puerta de los ingenios", México, Revista Siempre!, 691: 30-31, 21 de septiembre.